A cinco meses de haberse registrado el primer caso de covid-19 en Chile, comienzan a evidenciarse otros problemas derivados de las medidas tomadas para enfrentar la pandemia, como está ocurriendo con la salud mental, un campo en que el panorama antes de la crisis ya era inquietante.
Según la última Encuesta Nacional de Salud, el 15,8% de la población mayor de 15 años tiene síntomas depresivos (sospecha de depresión) y el 6,2% depresión. Las cifras que entregó la Organización Mundial de Salud (OMS) tampoco son mejores: Chile es el segundo país de la OCDE que más ha aumentado su tasa de suicidios durante los últimos 15 años.
Y si así estaban las cosas hasta marzo, el encierro, como era previsible, lo empeoró todo, como lo demuestra un estudio realizado en junio de este año por el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) y el Observatorio Chileno de Drogas.
El documento destaca que un 21,4% -de las 34.748 personas de las 16 regiones del país que respondieron la encuesta- ha consumido más alcohol. De ese porcentaje, un 50,9% reporta que ha consumido más alcohol por ansiedad y estrés que ha generado esta pandemia en las personas. Además, otra cifra llamativa es que cerca de la mitad de los encuestados (45%) reportó haber consumido una mayor cantidad de medicamentos sin receta médica, tal como el Clonazepam, un ansiolítico ampliamente utilizado en nuestro país.
Por otra parte, las recientes cifras de junio de la Superintendencia de Seguridad Social revelan que las licencias médicas por causas de trastornos psíquicos, para el período enero-mayo, crecieron en un 25% respecto del año pasado. 500 mil personas con permiso legal por tales motivos.
El panorama es más que preocupante. Está claro que la vivencia de la crisis sanitaria pone a prueba de manera radical la salud mental de las personas. Muchos pensamientos nos acompañan hoy permanentemente: unos de temor por el virus, otros por si seguiremos teniendo empleo. La incertidumbre es una constante, los cambios abruptos y drásticos en hábitos y rutinas, la imposibilidad de interacción sana con el entorno, la vulnerabilidad que se experimenta al evidenciar las carencias del sistema de protección social. A esto se añade cómo la disminución o ausencia total de actividad física impacta directamente en la calidad del sueño, por no mencionar los trastornos alimentarios que también se incuban o se agravan cuando ya existían.
Una emergencia sanitaria tan extendida tiene efectos inciertos. Algunos con consecuencias impredecibles hacia el futuro, como ocurre con la salud mental y la urgente respuesta que hoy demanda del sistema público y privado, a fin de evitar que se convierta en algo parecido a otra pandemia