Esperanza y Responsabilidad
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La Iglesia Católica comienza hoy el tiempo litúrgico del adviento, preparación para celebrar la venida de Dios en la carne (Navidad), y que también nos dispone para recibir en la fe al Dios que viene siempre a nuestra vida y que se nos ofrece como plenitud de nuestra historia. Es un tiempo de espera y esperanza, que nos compromete en el desafío de preparar los caminos del Señor edificando una sociedad más justa y fraterna.
La crisis social que estamos viviendo como país tiene mucho que ver con la esperanza. Se ha expresado con nitidez un anhelo de mejorar las condiciones de vida de los chilenos, y ya nos damos cuenta que no es una esperanza del todo infundada, pues se han dado pasos y acuerdos que pueden llegar a ser una contribución al bienestar de muchos.
También se ha expresado en la crisis una cara oscura, que muestra la ambigüedad de los pasos humanos. Las violencias, la destrucción, el miedo y los abusos, nos recuerdan que el deseo de cambio y el progreso material no bastan si no van acompañados un crecimiento moral. Por eso la esperanza debe edificarse con responsabilidad.
Está claro, a estas alturas, que las elites políticas y económicas no han sido del todo responsables, pues dejaron arraigarse entre nosotros abusos y desigualdades intolerables, a menudo enceguecidos en su afán de ganancias o de poder. Pero han estado dando pasos, y deben todavía dar más, para una transformación honda de la organización económica y política del país.
La ciudadanía ha dado muestras de responsabilidad con el bien común al expresar un malestar y exigir un orden social con más equidad, pero se requiere extender esa responsabilidad en un no decidido a la destrucción y al deterioro de la convivencia, que son un retroceso en ese afán por un mejor país.
También necesitamos la responsabilidad de los jóvenes. A menudo ellos nos aportan cuestionamientos y expresan demandas que nos sacan de nuestro conformismo y adormecimiento. Pero hay que saber que los procesos sociales son ambiguos. Junto a las legítimas luchas y exigencias, coexisten por ejemplo el narcotráfico y el anarquismo, que se apropian de nobles causas para fines mezquinos y contrarios a la dignidad humana. Ser responsables no significa no actuar, pero no da lo mismo el camino que se elige. Un cambio social duradero vendrá si lo hacemos junto a los demás, aportando todos en el juego democrático, y no contra los demás.
Creo que en nuestro país hay espacio para la esperanza, si actuamos con responsabilidad y buscamos concretar los anhelos de justicia y dignidad que se han estado expresando. Pero es un espacio frágil, que hay que cuidar y favorecer.
Creo también que la esperanza no se alcanza solo con mejores condiciones económicas y materiales. La humanidad ha alcanzado progresos materiales, científicos y técnicos enormes, y sin embargo no podemos afirmar con claridad que hoy seamos mejores seres humanos que en décadas o siglos pasados. Es la ambigüedad y la insuficiencia del puro progreso material, el cual sin progreso ético y crecimiento del hombre interior puede transformarse incluso en una amenaza para el mismo hombre y para el mundo. El ser humano necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín).