El último bastión

El 23 de abril se celebró el “Día internacional del libro y derecho de autor”. Esta conmemoración tiene en pleno siglo XXI un contexto muy distinto al de algunas décadas atrás. En estos tiempos, el contexto en que se desenvuelve el libro y la lectura es el de las redes sociales, la inteligencia artificial, internet y la comunicación en tiempo real cualquiera que fuera el lugar donde nos encontramos.
Es el contexto de la inmediatez, que si no logramos controlar empieza a ser consumido por las nuevas y también por las viejas generaciones, como si fuera una droga.
En este escenario el libro aparece como un testimonio de un mundo que ya no está, es un auténtico patrimonio universal y atemporal a la vez. Esto porque el libro representa no solo la creatividad de los autores, sean estos investigadores, novelistas, cronistas o poetas, sino que además es un vehículo formidable de trasmitir el conocimiento que viene precedido de un proceso de reflexión, de pensamiento crítico, de investigación histórica y/o de creatividad humana, fruto de la experiencia de vida de quienes inspiran la escritura.
Por lo mismo, el libro no obedece a un impulso de unos pocos caracteres para expresar una idea, sino que es el resultado de un proceso creativo, reflexivo, en que interviene no sólo el autor, sino en la mayoría de los casos un editor, y finalmente está el protagonista más importante de este proceso, el lector.
Sin el lector como actor final de este proceso, no existiría el libro como lo conocemos, ni sería posible la trasmisión de un conocimiento o de una pensamiento humano, superando la barrera de los tiempos.
Por el contrario, el libro es -o debiera ser- el refugio donde el lector se encuentra con un espacio que lo incita a su vez un proceso interno de reflexión y muchas veces de meditación. Un libro, sostienen algunos, lo termina de escribir el lector. Es en ese momento, cuando este da vuelta la última página, que finaliza el proceso creativo de un libro. A partir de entonces, el conocimiento, la investigación, el contenido simbólico o simplemente la metáfora de un verso, encuentra dos espacios para ser reeditado ahora por el propio lector.
Uno es físico, como son las bibliotecas y el otro intangible, al interior de cada lector.
Pero no son espacios finitos o cerrados, quedan ahí disponibles para una nueva lectura y eventualmete una nueva reinterpretación de las idea del autor.
¿Cuál es el desafío de estos tiempos?
La respuesta la encontramos en las propias herramientas que nos entregan las nuevas tecnologías. La rapidez en la búsqueda de la información a través de IA, el acceso a datos que de otra manera sería imposible encontrar en un plazo razonable, o la posibilidad de construir escenarios para describir una situación sin haber estado físicamente en el lugar, son entre otros, instrumentos que alimentan la creatividad y posibilidades de los autores de transitar por espacios desconocidos y trasmitir un conocimiento que finalmente es de manera permanente un incentivo al desarrollo integral del ser humano.
Por ello, el gran desafío de estos tiempos es poner las nuevas tecnologías en sintonía con el libro, es este caso, el último bastión de una civilización que se bate en retirada, pero que nos deja una joya, que son precisamente los libros. Allí encontremos siempre respuestas a muestras preguntas fundamentales: de dónde venimos, qué somos y hacia dónde vamos.