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Los beneficios de la asociatividad son conocidos ampliamente, sin embargo, pese a toda la evidencia, académica y empírica, existe un natural rechazo a ella, marcado por una fuerte desconfianza. Una acentuada individualidad que para algunos es una virtud, pero que para otros es todo lo contrario a lo que hoy necesita la Región de Ñuble.
Y no se equivocarían, pues la fuerte concentración de los mercados y el desafío de la internacionalización debería llevar a entender que la asociatividad es un desafío urgente; un imperativo para pequeñas y medianas empresas que quieren tener oportunidades en mercados cada vez más competitivos, dentro y fuera de Chile.
Es por ello que no son pocas las instituciones, programas e instrumentos del Estado que actualmente promueven la asociatividad, sobre todo entre los agricultores (grandes, medianos y pequeños), ya sea para lograr volúmenes que suele demandar el mercado internacional y que de manera individual nunca alcanzarán, como también para enfrentar los riesgos de mejor forma y reducir costos fijos, de acuerdo a las economías de escala. La asociatividad se concibe como una unión voluntaria de personas que se articulan para llevar a cabo acciones conjuntas en pro de alcanzar objetivos comunes que no podrían lograr individualmente. En este sentido, asociarse supone mucho protagonismo de los empresarios y emprendedores, pero también un fuerte compromiso de las instituciones de apoyo del Estado para garantizar asistencia técnica, capacitación, servicios de información, comercialización y sobre todo, financiamiento.
Lamentablemente, asociarse no es algo que esté internalizado en nuestra sociedad. En ello se conjugan factores como la desconfianza, el individualismo y la idiosincrasia. Pese a ello, muchos de los prejuicios son derribados cuando las pymes, conscientes de sus debilidades, aceptan ser parte de un proyecto colectivo y obtienen beneficios por ello.
Hoy, cuando se cumplen seis años de la Región de Ñuble, es oportuno recordar que para obtener la independencia del Biobío, además de los más de 20 años de lucha ciudadana, hubo que sortear un proceso legislativo que no estuvo exento de dificultades, de la resistencia de algunos sectores, y también marcado exitosamente por la convergencia de voluntades y apoyos que cruzaron la política partidista, e incluyeron a gremios y organizaciones de la sociedad civil.
Igual de oportuno sería preguntarse de si más allá de coyunturas político-electorales, ¿seremos capaces de revalorizar la colaboración como la valiosa herramienta de desarrollo económico y mejoramiento social que es. Y no se trata solo de lo que ofrece el cooperativismo, que es un modelo bastante virtuoso, sino de diferentes alternativas contempladas en nuestra legislación comercial, como también otros formatos institucionales, con y sin fines de lucro.
En este capítulo de la historia de Ñuble, el aporte de nuevas formas organizacionales, que rompan el individualismo, puede ser de inestimable valor para superar indicadores que porfiadamente nos ubican como la región con los ingresos más bajos y la mayor incidencia de pobreza del país.