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Ranking de corrupción

La corrupción es algo inherente a la naturaleza del ser humano. Ha atravesado culturas y sociedades a través de la historia, aunque al parecer, nunca con la profusión que estamos viendo en los últimos tiempos, ya que tenemos la sensación de que todos los días estuviera a punto de aparecer otro caso. Instituciones antes muy respetadas han enfrentado serias crisis de credibilidad y legitimidad.

Todo esto nos lleva a preguntarnos ¿qué es aquello que impulsa a diversas personas a involucrarse en hechos corruptos? ¿Cuándo se da inicio a la cadena que envuelve, tal vez sutilmente, a personas que aparecen como intachables?

Para esto hay respuestas y teorías de diversa índole, pero al parecer existe un patrón común que es simplemente un insaciable deseo de poseer más. Incluso, podríamos especular que solo es por el simple deseo de tener más, o quizás, el que ese tener represente, además, un signo de poder.

Esa invisible cadena que conduce finalmente a la corrupción se inicia con gestos simples, como saltarse la fila en el banco, tratar de eludir impuestos -haciendo gala de la viveza chilena- y luego vienen las otras manifestaciones como intentar influir para solicitar algo de lo que no estamos seguros de conseguir de buena forma.

Lo anterior se da a nivel del común de muchas personas, pero si lo replicamos a niveles de grandes grupos económicos, colectividades políticas que tienen representación en el poder Legislativo o altos funcionarios del poder Ejecutivo, los hechos parecen multiplicarse exponencialmente, y ese es el gran problema.

Chile era el país menos corrupto de América Latina -o al menos eso nos gusta pensar- pero esa probidad que nos caracterizaba es historia pasada. De hecho, el martes Transparencia Internacional (TI) presentó su Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), donde nuestro país vuelve a descender para ubicarse en el puesto 66. Al respecto, el organismo internacional señala que “es un país a observar, su puntaje ha caído significativamente desde 2014”.

Pero este fenómeno es mucho más antiguo. Si analizamos los últimos 50 años, se constata que durante la dictadura, Pinochet se enriqueció como nunca antes lo hizo en la historia de Chile un jefe de Gobierno. Su patrimonio superó los 21 millones de dólares. A poco del retorno de la democracia, estalló el escándalo de la compra de aulas tecnológicas a España durante el gobierno de Aylwin, y años después el famoso caso MOP-Gate (sobresueldos), en la administración de Ricardo Lagos. Luego -con la derecha como protagonista- vinieron los casos Penta y Corpesca que abrieron una caja de Pandora de corrupción, dinero y financiamiento ilegal de la política. En la vereda de enfrente ocurría lo mismo. El caso SQM reveló que casi todo el espectro concertacionista (DC, PPD, PS) también era financiado ilegalmente por SQM, la empresa controlada por el ex yerno de Pinochet. Y la lista suma y sigue: colusión de las farmacias, caso La Polar, fraude en Carabineros, Milicogate, el caso Fundaciones que golpea al actual gobierno, y los audios del abogado Hermosilla y sus vínculos con el exministro del Interior, Andrés Chadwick y el propio expresidente Piñera.

Cada caso de corrupción en particular nos permite visualizar distintos tipos de delitos (cohecho, malversación de fondos, fraude, uso de información privilegiada, coimas), pero también una víctima común: la ciudadanía, siempre la única perdedora de este perverso juego.

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