Con 6 mil hectáreas, la región de Ñuble lidera a nivel nacional la superficie orgánica certificada dedicada a la producción de cultivos. Se trata de una cifra relevante, que se explica por una larga tradición de investigación y producción orgánica en la zona, que no refleja el real peso de este sistema, puesto que existe una enorme cifra fantasma de huertos no certificados, de pequeños agricultores, que por generaciones han empleado prácticas ecológicas y únicamente insumos orgánicos.
La agricultura orgánica, ecológica o biológica, es un sistema integral de producción silvoagropecuaria basado en prácticas de manejo ecológicas, cuyo objetivo principal es alcanzar una productividad sostenida sobre la base de la conservación y recuperación de los recursos naturales. Este sistema productivo se presenta como una alternativa amigable con el medio ambiente, mostrando un creciente desarrollo, tanto en el ámbito nacional como mundial.
Es innegable que el mundo está demandando cada vez más productos orgánicos, ya que se reconoce que es una alimentación saludable, que, además, es mucho más sustentable con el medio ambiente, que permite reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, como el CO2, un tema no menor dado que la agricultura también está comprometida a ser carbono neutral al 2030.
En ese sentido, producir orgánico hoy es pensar en el futuro, es cuidar y darle valor a la tierra que recibirán las próximas generaciones, por ello no extraña que cada vez se sumen más consumidores y más productores a esta tendencia, que constituye un atractivo elemento diferenciador en el mercado.
Su origen se remonta al siglo XX, sin embargo, ha sido recientemente cuando ha ido ganando relevancia gracias a la cada vez mayor preocupación de la sociedad por el medio ambiente y a la creciente cantidad de individuos que deciden apostar por una dieta integrada por alimentos más “naturales” y “saludables”. Concretamente, y pesar de los elevados costos asociados a esta actividad primaria, la superficie destinada a este tipo de cultivos pasó de 35.700 millones de hectáreas en 2010 a casi 76.500 millones 11 años más tarde, con una expansión proyectada para 2031 de 108,4%.
A nivel local, mientras en el Valle del Itata abundan las parras sin agroquímicos y se elaboran vinos orgánicos o naturales, en Punilla y Diguillín los productores de frutillas y berries orgánicos apuestan por seguir exportando a los mercados más exigentes.
Este sello diferenciador es el que imprimen también los productores agroecológicos de San Nicolás, que se han organizado y lograron que el municipio declarase, años atrás, a San Nicolás como comuna agroecológica.
Si bien hay grandes oportunidades a nivel de producción orgánica, ello también implica algunas dificultades, pues significa desarrollar, investigar, plantear nuevas estrategias de manejo y finalmente, certificarse, una de las grandes vallas para los productores de menor tamaño, debido a sus elevados costos. En esa línea, es fundamental el trabajo asociativo entre los más pequeños, lo que permite reducir costos, sumar fuerzas para desarrollar ese conocimiento, abordar la comercialización e incorporar tecnología.