Señor Director:
El efecto “rosquilla” es un término que se acuñó en Melbourne, para hacer referencia a ciudades anglosajonas en las que el centro se vuelve inhóspito y la población decide trasladarse paulatinamente hacia la periferia. Este fenómeno, hace años, ya está ocurriendo en Chile y en Chillán en particular, como se señala en la editorial del sábado.
Si bien existen experiencias locales exitosas para revertir el efecto rosquilla, que permiten repoblar el centro de las ciudades (como el programa de renovación urbana), al tratarse generalmente de incentivos a la demanda de viviendas nuevas, estas medidas tienen un efecto significativo, en términos de movilidad, en el largo plazo, en consecuencia, es recomendable complementar lo anterior con medidas que reduzcan los tiempos de viaje o mejoren las condiciones de estos en el mediano a corto plazo, privilegiando aquellos modos que sean más eficientes en el uso del espacio público. En este sentido, proyectos como el mejoramiento del bandejón central de Avenida Collín, que entre otras cosas actualiza a la norma vigente la señalización del tramo; las ciclovías implementadas en Arauco y Sargento Aldea y el pago electrónico del transporte público son buenas noticias. No obstante, aún se está en deuda en lo que se refiere a la velocidad comercial de los buses urbanos, es extendido en la población que circulan “a la vuelta de la rueda”, al no tener paraderos definidos ni prioridad de circulación, como vías exclusivas o similares. Mejorar la velocidad comercial de los buses urbanos permitiría ofrecer mayores frecuencias con la misma flota, mejorando los niveles de servicios y generando un círculo virtuoso que aumentaría la demanda.
Tomás A. Vallejos Muñoz
Socio Bimodal Consultores