Mala política

Hay un enorme malestar con la política y sus interpretes. Mucha gente lo vincula con la necesidad de quitarse de encima el lastre de la corrupción destapada tras los escándalos que involucran al gobierno y a personeros de izquierda,como el caso Monsalve o el caso Fundaciones; o en la derecha con fraudes fiscales en decenas de municipios, o los alcances del caso Hermosilla sobre Chadwick y el segundo gobierno del expresidente Piñera.
Las encuestas, puntos más o menos, coinciden en que la mayoría de los chilenos está muy fastidiado con la política. ¿Pero con qué política? Sin duda con la mala política, no con la buena.
Porque no debemos olvidar que también hay una política buena para la sociedad, y políticos y dirigentes de base que no se han embolsado un peso nunca, que trabajan con la convicción de que hay que hacer una política reflexiva, honesta, transparente y, obviamente plural, tal como queremos que sea la sociedad.
Lamentablemente, los políticos honestos cotizan a la baja, y han cedido mucho espacio a los malos (y malas), aquellos (as) que han carcomido la política hasta el punto de que hoy toda ella es sinónimo de podredumbre y los que se dedican a ella, mirados como sospechosos.
En medio de este mal ambiente -y en un año electoral- empiezan a emerger supuestos líderes que hablan de una “nueva política”, con voceros que argumentan su nueva militancia, generalizando la desconfianza contra todos los políticos. Pregonan la existencia de una especie de atrofia política de la cual supuestamente nos liberarán.
De esta idea resulta un populismo que mancha toda la política democrática. Es un planteamiento que solo sirve para multiplicar los efectos de las anomias sociales que sufrimos. Desgraciadamente, es un populismo que impregna también a medios de comunicación y líderes de opinión que han convertido la política en un cómodo chivo expiatorio donde conjugan de manera muy simplista todos los males de la sociedad chilena.
La política es imprescindible. Cuanto más tiempo tardemos en rehabilitarla más tardaremos en recuperar la fortaleza de nuestra sociedad para hacer frente a sus múltiples retos.
Hay que reforzar la honradez, la honorabilidad y la credibilidad de la gran mayoría de políticos. Obviamente, garantizando el derecho de todo el mundo a defenderse, hay que sacar de la política a cualquiera aprovechador.
Hay que ser más exigentes, pero también más justos con la política. Hablemos de la buena y de la mala política, en vez de la vieja y la nueva. En un año en que elegiremos al presidente de Chile a nuestros representantes en la Cámara de Diputados, bueno sería que los ciudadanos empezaran a discernir entre una y otra, más allá de los enunciados y dudosos contenidos en redes sociales.
La buena política busca el consenso, no la destrucción del adversario. No admite acusaciones que no puedan demostrarse ni usa información falsa a su favor o en contra de sus rivales.
La buena política es honestidad, reflexión y diálogo: Todo lo contrario al antagonismo que vemos todos los días en nuestro país, seguro que rentable electoralmente, pero socialmente muy corrosivo.