Las sirenas

Señor Director:
Quise dejar la región de Ñuble en tren, pero ya no había asientos para ese día. Esto quiere decir que este medio de transporte tiene demanda. Es también mi medio preferido. Lo tuve que hacer en bus. Me alojé en la calle Londres. Fue lo único que vi de Santiago, antes de tomar el avión.
Llegué a Dinamarca, país donde vivo y lo comparto con Chile. Es un país tranquilo. Todavía se puede andar de noche por sus calles, recuperar una billetera perdida, no con la certeza de antes, algo propio de una cultura que conserva una ley no escrita que dice que quien la devuelve tiene derecho a recibir el 10 por ciento de su contenido. No todos hacen uso de ello y se conforman con cumplir con un deber de buen vecino.
A veces estas leyes surgidas de la costumbre son mejores que las de los legisladores por una razón simple: no tienen letra chica.
Dejo de lado esta observación. Volvamos a este país, uno de los más felices del mundo, según las estadísticas. Una cosa me llamó la atención esta vez: que las sirenas de alarma tocaran el miércoles a las doce del día en todo el país. Algo inusitado. Habían dejado de hacerlo hace más de 30 años porque ya no era necesario cuando se vivía la paz más larga desde de la segunda guerra mundial por estos lados. Este miércoles, sin embargo, tocaron de nuevo. Se quería saber si estaban en buen estado para ser usadas en caso de alarma real, fue la explicación oficial. Pero todo el mundo lo entendió como era: que la paz está amenazada y ya hace un buen tiempo.
Hay una guerra que no termina entre Ucrania y Rusia (iba a terminar en dos meses afirmó alguien con mucho poder) y otra subterránea, no declarada, bajo el mar, en el aire, guerra híbrida la llaman. Chillán pertenece a este mundo global, afortunadamente lejos, aún así, las sirenas cuando tocan tanto en Chillán o en cualquier otro lugar, lo hacen por algo.
Héctor Caro Quilodrán