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Cuando le preguntan si es un héroe él se encoge de hombros. La prensa internacional alabó su valentía para salvar tesoros de Notre Dame durante el incendio, pero el capellán de los bomberos parisinos Jean-Marc Fournier estima simplemente haber cumplido con su deber.
Las cenizas de la catedral parisina seguían humeando cuando medios de todo el mundo catapultaron a este capellán de la brigada de bomberos de París al rango de “héroe”, atribuyéndole el rescate de la Santa Corona, que según la tradición católica llevaba Jesucristo sobre su cabeza poco antes de su crucifixión.
“La corona ya había sido puesta en resguardo antes de que yo llegara”, corrige tranquilo el cura católico de 53 años. Su rescate es el fruto de un “equipo” que “dividió sus esfuerzos”, explica.
Con sus lentes redondos, como su rostro, y aspecto bonachón, Fournier cuenta la intervención con el mismo tono con el que vive su vida, con simplicidad y espiritualidad, entre dos inhalaciones de tabaco en polvo.
Cuando entró en Notre Dame, envuelta en llamas, junto a un pequeño equipo de la Brigada de bomberos de París encargado de salvar algunas reliquias, la aguja de Notre Dame ya se había derrumbado, a causa del fuego que devoró parte del techo del templo.
“No es natural entrar en un edificio en llamas que amenaza con derrumbarse”, admite. Pero no le gusta que le digan que puso su vida en riesgo. Los movimientos del equipo fueron “calculados, medidos y producto de entrenamiento”.
No es la primera vez que este capellán vive de cerca una tragedia nacional. En noviembre 2015 fue uno de los primeros en llegar a la sala de conciertos del Bataclan para prestar auxilio a los sobrevivientes del peor atentado en la historia reciente de Francia. En el Bataclan fueron asesinadas 90 personas.
Estuvo también en primera línea en los atentados, del mismo año, contra la revista Charlie Hebdo y el supermercado kosher en el este de París. En cada una de estas tragedias intentó brindar rápidamente atención psicológica a los supervivientes, “para evitar que se instalen heridas mentales”.
Visión del infierno
Al entrar en Notre Dame cuenta que tuvo “una visión de lo que podía ser el infierno”, con “cascadas de fuego que caían” de las rendijas en las bóvedas.
Su prioridad era salvar dos “reliquias importantes”, la Santa Corona y el “Santísimo Sacramento”, las hostias consagradas, conservadas en un ciborio (una copa sagrada), que los católicos consideran es el cuerpo de Cristo. Con esta misión en mente, el equipo se dividió en dos.
Mientras que los bomberos intentan abrir el relicario, el capellán y un teniente coronel buscan el código para abrir el cofre dentro del cuál está guardada la famosa corona de espinas. Preguntan al personal de la catedral, en vano.
Cuando regresan, un grupo de militares, acompañados por un empleado que tenía los códigos, ya habían logrado abrir el cofre. La Santa Corona fue sacada del templo “bajo protección policial”.
Fournier se concentra entonces en salvar a “nuestro señor Jesucristo” (las hostias). No podía imaginarme que el hijo de Dios “desaparezca en un incendio”, bromea.
Con el ciborio en mano, el capellán cerró los ojos unos instantes y le pidió a Jesús que “nos ayudara salvar su casa, para que siga teniendo un techo sobre su cabeza”.
¿Le escuchó? Este ferviente católico está seguro de que sí, “puesto que las llamas que devoraban el campanario de la torre norte se detuvieron”. Si no, toda la catedral se habría derrumbado.
Con estos dos grandes tesoros a salvo, Fournier participó después en una cadena humana para evacuar las obras de arte de la catedral.
Una labor que, mucho más que las llamas, le hizo “sudar”, confiesa. En un gesto torpe, “agujereó una pintura inestimable”, confiesa.
Pero el lunes, salió del “incendio del siglo” con el alma en paz. El siniestro, que movilizó a 600 bomberos, no causó ninguna víctima.