En la antigüedad, aquellos individuos que deseaban aspirar a ocupar cargos públicos, desde temprana edad se preocupaban por emprender acciones nobles que les dieran reputación, prestigio u honor a fin de gozar de credibilidad y confianza de la gente con la que convivían. Estos individuos al momento de promoverse para un cargo de elección se vestían de blanco. La razón por la que vestían de blanco tiene un carácter simbólico pues este color significa pureza, palabra que se traduce en candidez o cándido, y precisamente aquél que aspiraba a un cargo público debía ser el más puro, el más limpio, el mejor, el más cándido. Y así, de ser un cándido se convertía en candidato. He aquí el origen de este concepto.
Esta forma de hacer política y aspirar a un cargo público casi se ha perdido, salvo en algunas comunidades indígenas donde aún existe esta forma para elegir a sus gobernantes. Por el contrario, hoy en día, quienes llegan a ocupar los cargos públicos no son necesariamente los más puros o los mejores en cuanto a honra o actitud ética, por muy capaces e inteligentes que sean. Y eso la ciudadanía lo advierte con claridad, como queda demostrado en diferentes estudios de opinión sobre la actividad política y el servicio público. Es la consecuencia indeseable, pero lógica, de tantas decepciones producidas por los elencos y partidos políticos que desde hace tres décadas nos conducen.
En la última entrega de la encuesta Criteria, a principios de octubre, un 84% de los entrevistados y entrevistadas cree que los políticos mienten y un 85% cree que no se considera el mérito en los concursos para ingresar al servicio público, siendo determinantes para la obtención de un trabajo los contactos personales (90%) y los vínculos políticos (82%).
Por su parte, la encuesta Research publicada en agosto pasado, muestra que un 71% de los consultados considera que Chile está aquejado por la corrupción en diferentes niveles. El estudio también pone al descubierto la desconfianza en instituciones clave. Los partidos políticos encabezan la lista, con un abrumador 80% de desconfianza por parte de los consultados. Les siguen los municipios, con un preocupante 72%, y el Congreso Nacional, con un desalentador 69%. Estos números reflejan la extendida percepción de que la corrupción penetra en las esferas más influyentes de nuestra sociedad.
Es evidente que se necesita mejorar sustancialmente en este tema, cuyos avances en las últimas décadas han sido inversamente proporcionales a su recurrencia en el discurso político y donde la evidencia sobra para concluir que el descriterio y la corrupción amenazan no solo a la democracia, sino también al servicio público. En nuestra región, de hecho, hay cinco alcaldes y 14 funcionarios públicos investigados por faltas a la probidad.
Bien lo resume en su libro “La responsabilidad como destino” el escritor y expresidente checo Vaclar Havel: “Todos los que afirman que la política es un asunto sucio mienten. La política es sencillamente un trabajo que requiere personas especialmente honestas e inteligentes, porque resulta muy fácil caer en la trampa. Una mente poco perspicaz ni siquiera se dará cuenta”