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AFP. Tal vez las siglas que más rechazo generan en Chile, en especial en esa clase media trabajadora, asalariada, que apostó por la universidad, por una vocación con alcances sociales, pero que hoy más que nunca le teme (literalmente hablamos de miedo) al famoso “pago de Chile”.
Hablamos de una pensión cercana a los 250 mil pesos para profesionales en cuya vida laboral se construyeron un entorno y una dinámica social con sueldos que superaban el millón de pesos al mes.
Una de ellas, es María Eugenia Benavente, profesora.
Dice que toda esa vida entre niños, pizarrones, apoderados y colegas docentes le dejaron recuerdos que hoy, por su lejanía le duelen hasta las lágrimas; le dejaron además el cariño de la gente que de vez en vez se la cruza por la calle.
Felicidad pasada que también retorna transformada en alguna invitación a tomar té o al teatro, esa pasión que -al igual que el cine y los libros- eran lo más cercano que tenía a una adicción.
“Yo, tal vez, cometí errores, como prestar plata o no buscar información sobre el funcionamiento de las AFP. Pero tal vez, casualmente, hice algo bueno que fue cambiarme a una aseguradora en los últimos años, y por eso hoy saco cerca de 300 mil pesos. Pero tengo colegas que reciben 250 e incluso 180 mil al mes. Y eso que ganaban lo mismo y trabajaron lo mismo que yo”, dice la exdocente del Colegio Concepción de Chillán.
En el colegio, asegura, recibía una remuneración mayor al millón de pesos. Además recibía bonos por excelencia académica, “y te juro que nos sentíamos millonarios. Salíamos de viaje, comprábamos buenos regalos y podíamos hacer todas las cosas que hace toda la gente, éramos parte de esa sociedad que nosotros, los profesores, creemos haber ayudado a construir”.
Hoy, ya no hay ni posibilidades de darse gustos, ni viajes, hace casi cuatro años que no se compra zapatos y en cosa de días se va toda la pensión en gastos programados. Nada más.
“Por eso es que vivimos al límite. Vivo junto a mi hermano que sufrió un accidente vascular que lo dejó inválido y mi cuñada. Todos ayudamos en los gastos de la casa y estamos siempre justos, por eso, cualquier imprevisto, cualquier cosa que nos pase como enfermarnos o lo que sea, nos deja en la quiebra. Y es duro estar siempre con ese miedo presente”, repasa.
“No voy a vivir 110 años”
Cada cumpleaños, la profe o “tía Quena” recibe más de 100 saludos.
Cada mañana, alguien le manda un mensaje, un meme o una foto de sus colegas con audios en los que le cuentan que se estaban acordando de ella. “Fui muy querida, también fui dirigente, siempre estuve buscando integrarme a todo lo que tuviera que ver con el colegio, con los niños o con mis colegas, porque lo entendía como una forma de ser parte activa de mi ciudad, de mi sociedad. Todos, en definitiva, buscamos ser un aporte”, reflexiona.
El “pero”, que se adivina, tiene que ver con la pensión. “Pero cuando te quitan la parte económica, te dejan sin nada. Y no tener dinero para nada que no sea la mera sobrevivencia, es lo mismo que esta sociedad que por tantos años ayudaste a construir, te termine marginando. La sociedad que tú ayudaste a construir, te da la espalda porque, sencillamente, no te alcanza para nada”.
María Eugenia recuerda a tantos profesores que se retiraron cuando ella estaba en plena vigencia docente. Recuerda que no eran pocos los que podían comprarse una casa o una parcela en las afueras y se retiraban a descansar felices con su familia. Tranquilos y conformes con el deber cumplido.
“Pero hoy no se puede. Por el contrario, hoy tenemos que pagar contribuciones por nuestras casas y algunos de mis colegas, sencillamente, no tienen para eso. O sea, más encima quedan endeudados. La pensión es bajísima y ellos están muy mal porque les calculan una vida de 110 años en la AFP. Yo no voy a vivir 110 años”.
Alumnos en las marchas
Las protestas masivas por el descontento social ha sido protagonizados, en su mayoría por jóvenes y adolescentes.
Muchos de ellos, alumnos de Enseñanza Media, entre los que, fácil, se pueden contar a los expupilos de la profesora Quena.
“Me alegra que estén ahí, siempre y cuando no anden en el tema de los destrozos, me emociona que estén ahí. Y también me gustó ver a mis colegas profesores marchar el otro día para mejorar la educación, sus derechos y las pensiones. Es triste esta situación, es triste ver al país así, pero siento que las demandas son justas y cambiar en favor de la gente es urgente”, plantea.
Recuerda que cuando ella asumió dirigencias sindicales rara vez se salió a marchas por reivindicaciones sociales.
Una vez que lo hicieron, hubo mucha presión por parte de la corporación de su excolegio para que no se sumaran a las movilizaciones, lo que incluía amenazas de descuentos salariales, siendo ella quien tuvo que hacer frente a la directiva. Pero no hubo nunca más otra patriada de esas para contar.
“Pero ahora salieron, los vi y me alegré mucho, me alegré verlos luchar por su futuro. Yo hoy tengo gastos fijos que son menores y se me va todo en pocos días, no se puede adquirir deudas ante una necesidad o una urgencia. Si antes podías ir a una clínica, hoy al único lugar que puedes ir si te enfermas, es el hospital”.
María Eugenia, como tantos pensionados del país, leen, investigan y conocen cómo son los sistemas de pensiones en el extranjero. Averiguan que en otros países hay bolsas de empleos para personas de la tercera edad, como guías turísticos, boleterías de cine, recepcionistas y otros oficios que en Chile son ocupados, generalmente por jóvenes por el sueldo mínimo.
“Busqué por mucho tiempo trabajo después de dejar de ser profesora. Me rechazaron en todos lados hasta que de tanto insistir pude trabajar pesando las frutas en un supermercado. Todavía cuando paso por fuera del colegio, me pongo a llorar, no lo puedo evitar”.