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El voto y el peso de las emociones

A propósito del balotaje presidencial, a todos nos ha pasado que cuando decidimos nuestro voto, no necesariamente lo hacemos por razones meramente racionales. Hay bastante evidencia que muestra el peso de las emociones en la decisión de voto, como por ejemplo la presentada por la Teoría de la Inteligencia Efectiva (Marcus, 2000) y el Modelo de Intuición vs. Deliberación (Corduneanu, 2019). Entre las emociones que más inciden, y que pueden actuar como filtro, son el miedo, la rabia y la esperanza. Todas ellas tienen la capacidad de orientar la atención y priorizar los problemas que nos aquejan, moldeando preferencias electorales, activando respuestas básicas y rápidas cuando aparece la figura de los candidatos.

¿Cómo se traduce todo esto en nuestra Región de Ñuble? En primer término, quisiera establecer que las emociones importan sobre todo en contextos de incertidumbre, por ejemplo, cuando las expectativas materiales son precarias, el miedo o la esperanza pesan más que argumentos técnicos y propuestas sobrecargadas de información.

En segundo lugar, las variables económicas locales como lo son el desempleo, la informalidad y los datos locales de capital humano, operan como determinantes materiales que condicionan el marco emocional.

Según informa el Instituto Nacional de Estadísticas, la tasa de desocupación en la Región de Ñuble fue de 10,0% en el trimestre julio – septiembre de 2025 y la informalidad laboral alcanzó un 32,5% en el mismo período.

Estos factores aumentan la sensibilidad al discurso sobre trabajo, seguridad laboral y oportunidades de formación. Por ejemplo, cuando el electorado percibe que su ingreso o empleabilidad está en riesgo, los mensajes que apelan a seguridad y cambio activan emociones que facilitan la decisión por ciertos perfiles políticos.

Tercero, el capital humano (nivel educativo, cobertura de formación técnica y pertinencia de la oferta académica) modera la forma en que se procesan las emociones. Así, regiones con mayor alineación entre formación y mercado laboral tienden a tener votantes que evalúan con mayor peso programas técnicos; por el contrario, donde existe subutilización del capital humano, la respuesta emocional a promesas de empleo y programas sociales es más intensa (PwC Chile, 2025).

En mi opinión, este es uno de los puntos más críticos en la región. La falta de articulación entre la oferta formativa de los centros de educación técnico-profesional y las necesidades reales del mercado laboral, saturación de carreras similares entre los CFT, IP y universidades locales, sin una diferenciación estratégica que responda a la matriz productiva regional, puede llevar a generar una sobreoferta de profesionales en áreas de servicios y una carencia de técnicos competentes en sectores claves como agroindustria, forestal y logística, lo que provoca una “fuga de talento” que debilita la capacidad productiva local. Por consiguiente, la baja empleabilidad y los sueldos reducidos generan rabia o resentimiento.

En conclusión, votar es un acto humano que combina recursos afectivos y económicos, entre otros, y es indispensable interpretar por qué votan sus habitantes para diseñar políticas públicas que conviertan esa energía en decisiones fundamentadas

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