El terremoto de Chillán en 1939 y la huella de la música ranchera en los rincones de Ñuble

En cada Fonda y Ramada que anima las Fiestas Patrias en Ñuble, la música ranchera se alza como una de las protagonistas indiscutibles. Sus sones resuenan en prácticamente todas las comunas de la región, marcando el pulso popular de la celebración y acompañando los bailes, las risas y los brindis. Su fuerza no es casual: se trata de un género que, con el correr de los años, se ha instalado en el corazón de la gente, al punto de convertirse en parte de la memoria festiva de Ñuble. Sin embargo, pocos recuerdan que la consolidación de este estilo en Chile tiene un vínculo directo con una de las tragedias más grandes de la historia nacional: el terremoto de Chillán de 1939.
Aunque la música mexicana ya había penetrado en el país en la década de 1920 (con canciones como Cielito lindo, utilizada por el presidente Arturo Alessandri Palma en sus campañas, y con la llegada del cine que popularizó la cinta Allá en el Rancho Grande, en 1936), fue la catástrofe del 39 la que selló un lazo cultural que permanece hasta hoy. La música ranchera, que ya sonaba en algunas radios y peñas urbanas, adquirió en aquel momento un carácter casi sanador.
Tras el sismo, México se convirtió en un hermano solidario de Chile. El gobierno de ese país envió un barco con medicamentos, dos hospitales de campaña, materiales de reconstrucción y hasta la donación de una escuela, que vino acompañada de un fresco y un mural pintado por los artistas aztecas Xavier Guerrero y David Alfaro Siqueiros. Pero aquella ayuda no solo se midió en ladrillos o insumos, también traía consigo un bálsamo para el espíritu, un contingente de músicos, una orquesta sinfónica y agrupaciones de mariachis que tenían como misión levantar el ánimo de una ciudad devastada.
“El gobierno mexicano fleta un barco con ayuda médica (dos hospitales de campaña), con una orquesta sinfónica y varias agrupaciones de mariachis de un país como México, que también conoce los terremotos. La idea era levantar el ánimo de quienes no habían muerto. Antes de eso, ya la música mexicana había penetrado en la cultura chilena; un año antes del terremoto de Chillán ya había bandas chilenas haciendo música ranchera”, relata el musicólogo Juan Pablo González en el documental Chilemexicano, de la realizadora chilena Alejandra Fritis.
Esa presencia fue determinante. Desde entonces, la ranchera comenzó a instalarse como banda sonora del pueblo chileno y, con especial fuerza, en Ñuble. Así lo confirma el profesor de música y magíster en musicología Pablo Catrileo, investigador de la raíz chilena de la música ranchera, quien está a punto de lanzar un libro dedicado a los orígenes de este género en Chile. “La música ranchera empieza a ser conocida en Chile a fines del siglo XIX a través de partituras. Ya en 1920 aparece esta canción Cielito Lindo, que fue usada por Alessandri Palma para fines políticos. En 1936 se estrena la cinta ‘Allá en el Rancho Grande’ y esto genera un gran impacto en los chilenos que se ven reflejados en esta historia. Ahí nacen elencos chilenos de música ranchera. Para el terremoto de Chillán en 1939 llegaron mariachis a la ciudad para alentar a las personas. Se comienzan a fundar las escuelas México, gracias a esta solidaridad que es centenaria. En los años sesenta llega la música porteña y esto no paró más”, explica.
A esa mirada se suma un elemento emocional que ayuda a comprender la identificación de los chilenos con este género. “El terremoto de 1939 fue una de las tantas variables que hicieron que la música ranchera se impregnara en nuestra cultura. Se veía a México como un papá protector, que tenía cosas lindas, novedosas. Hacíamos competir esa música con la de raíz chilena, que a veces es más triste. La cueca es más difícil de bailar que el corrido mexicano. Son muchas variables que explican por qué la ranchera caló tan hondo en nuestra identidad”, puntualiza Catrileo a punto de lanzar esta investigación que habla de la historia de la música ranchera en nuestro país.
La ranchera fue, desde entonces, compañera de celebraciones y desahogos. Sus letras de desamor, coraje y resiliencia encontraron eco en la vida cotidiana de los chilenos, mientras sus melodías alegres y pegajosas resultaron fáciles de aprender, cantar y bailar. No tardó en convertirse en un género popular y transversal, que sonaba tanto en radios urbanas como en festivales rurales.