Si la simple visión de un incendio forestal resulta perturbadora, conocer los efectos menos evidentes del fuego es doblemente inquietante. Las autoridades todavía no son capaces de dimensionar los daños, pero saben que serán cuantiosos. No solo se trata de la lamentable pérdida de flora y fauna nativa, sino de los efectos en la vida de los pequeños agricultores, en la economía y en la salud de las personas.
Cuando arden los árboles de predios forestales, es más que CO2 (que contribuye a agravar el problema del cambio climático) lo que despiden. Los químicos utilizados se transforman al contacto con el fuego en peligrosas dioxinas que suben a la atmósfera. Lo que caiga de esa nube es nocivo y acumulativo en el tiempo, no va a matar a nadie ahora, pero va a haber una enorme cantidad de contaminantes que son muy perjudiciales.
Esta amenaza oculta, silenciosa -que se suma a otros efectos evidentes relacionados con la destrucción del suelo, de la biodiversidad y de la capa orgánica- impone la necesidad de investigar exhaustivamente los efectos colaterales sobre la salud de las personas y en función de esas evidencias estudiar eventuales regulaciones, que ciertamente ya existen en países desarrollados.
De hecho, lo advirtió el propio Presidente de la República, en su segunda visita ayer a la zona donde habló de una regulación “distinta” de la industria forestal, como también lo hizo el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, quien dirigió el Centro de Estudios Regionales de la Universidad de Concepción y conoce todos los informes que se hicieron después de 2017 respecto a transiciones agroforestarias, materia en que se ha avanzado muy poco. De hecho, el secretario de Estado llamó ayer a salir del atrincheramiento institucional, empresarial, y del panfletarismo y planteó que una vez superada la emergencia se analizará cómo realizar un rediseño agrícola y forestal de la zona centro-sur.
Y si hablamos de amenaza silenciosa y efectos colaterales, no podemos olvidar que el fuego no sólo destruye bosques y casas, sino imágenes mentales y en algunos casos el sentido de la vida, al punto de conducir finalmente a alguna enfermedad. De hecho, está comprobado que en la población afectada por incendios forestales, sobre todo aquella que posee una historia familiar asociada a la tierra y sus frutos, aumentan las patologías relacionadas con el estrés, como úlceras gástricas, neurosis, dispepsias, insomnio, migrañas y depresión. De ahí la necesidad de también realizar estudios de seguimiento que permitan vigilar la salud mental de las poblaciones afectadas y de ser necesario aplicar programas terapéuticos.
Estos días nos hemos conmovido con los testimonios de personas que vivían en las proximidades de bosques calcinados. Al levantarse temprano podían respirar el aroma de los árboles y las flores, disfrutaban de un paisaje único, protector de su propia salud. Ahora, en cambio, contemplan un paisaje carbonizado, fúnebre y triste. El espectáculo dantesco de la naturaleza absolutamente destruida.