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Educación vial y respeto

Repartidores en motocicletas que serpentean de un lado a otro de la calzada, ciclistas que juran ser acróbatas, choferes de taxis colectivos que vuelan para captar más pasajeros, conductores que creen que señalizar está pasado de moda y peatones que prefieren cruzar a media calle antes que caminar unos metros y hacerlo en la esquina, como corresponde.

Todas estas conductas son parte del desgaste emocional que produce enfrentarse al tráfico que existe en Chillán y que se ha puesto más caótico debido al aumento del parque vehicular y trabajos en diferentes puntos de la ciudad. Se estima que entre 2015 y 2025 el número de vehículos en la intercomuna Chillán-Chillán Viejo pasó de 40 mil a 65 mil.

La crispación de las personas tiene que ver con sus vivencias. Es evidente que los tacos han pasado a formar parte del escenario habitual en prácticamente todos los sectores de la ciudad.

Sería miope, sin embargo, responsabilizar a esta coyuntura -asociada a una positiva modernización de nuestra infraestructura vial o a un hecho también positivo como es el aumento de ingresos y créditos que han permitido a muchas personas acceder al automóvil- del estrés y agresividad que desde hace un tiempo muestran buena parte de los conductores que circulan por la reducida e incompleta red vial de la capital de Ñuble.

Por el contrario, debería llamarnos a meditar sobre la responsabilidad de ir al frente de un volante y convencernos de que acatar las normas de tránsito no sólo garantizan una razonable convivencia, sino también pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.

La seguridad y convivencia vial abarcan a toda la comunidad y ya es hora de que quienes viven en Chillán asuman que el antídoto más eficaz para los accidentes de tránsito es la cultura ciudadana que cada uno tiene que poner en práctica, sin importar si va a pie, en bicicleta o automóvil.

La falta de educación de tránsito y la irresponsabilidad y la agresividad frente al volante son temas sobre los que se habla mucho, pero se hace poco. Resulta preocupante constatar cómo ante los problemas de conectividad y congestión y que en algunos casos se mantendrán por mucho tiempo, en muchas personas aflora un instinto de dominio, prepotencia y poder.

Los problemas de congestión y tránsito que presenta Chillán son materia de preocupación y malestar ciudadano, ubicándose como el mayor defecto de la capital regional, según constatan diferentes estudios de opinión.

Sin embargo, aquello no puede ser la razón para terminar con la antigua cortesía chillaneja y menos para justificar el arribo de una cultura desconocida, propia de urbes estresadas, marcada por gestos ofensivos, imprecaciones, pérdida del sentido de la responsabilidad y violación deliberada de las leyes de tránsito.

La autoridad cumple su papel al advertir sobre las sanciones que contempla la ley. Pero la experiencia indica que los castigos, por severos que sean, no modifican sustancialmente las conductas si no están respaldados por una cultura de respeto. La seguridad vial, en última instancia, no debería sostenerse en la amenaza de la multa o la cárcel, sino en la madurez cívica de los conductores y peatones. Cuidar la vida propia y la ajena no es un mandato que deba imponerse desde afuera, sino un deber que debería emanar de la conciencia de cada uno

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