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La necesidad de avanzar hacia una nueva industrialización del país, ante la contundente evidencia de la fatiga de la política de exportación de materias primas, debería haber impulsado hace tiempo una política de Estado, de largo plazo, con incentivos orientados a la agregación de valor a la producción, a la innovación y a la economía del conocimiento. Lamentablemente, nos hemos ido acostumbrado al corto plazo, a vivir en un vértigo político, social y económico permanente y se nos hace muy difícil levantar la cabeza de la coyuntura y poder pensar más allá de cada ciclo político de 4 años.
Lo paradójico es que para lograr un camino de desarrollo es imprescindible implementar políticas públicas de largo plazo. Debemos hacerlo con un sentido de urgencia, porque el presente es trágico y no hay tiempo que perder, pero entendiendo que las reformas estructurales que Chile necesita llevan tiempo y los resultados no serán inmediatos. Esta tensión se da especialmente en el ámbito del desarrollo económico regional.
Ñuble, por ejemplo, concentra hoy su industria en el sector silvoagropecuario, es decir, en la producción forestal-maderera y en el procesamiento de alimentos, pero más de dos tercios de sus exportaciones dependen del rubro forestal, mientras que la agroindustria se basa en la elaboración de algunos pocos productos hortofrutícolas que se exportan.
Pese al impulso exportador hortofrutícola, la mayor parte de dichos envíos corresponde a productos con baja agregación de valor, pues corresponden a fruta fresca y congelada, en desmedro de subsectores como las conservas, los deshidratados y los jugos, que no tienen un peso significativo en la canasta exportadora local.
Si bien es destacable lo que se ha avanzado en materia de investigación científica y en la elaboración de alimentos gourmet para la exportación, donde ha sido clave la innnovación, la tenacidad de unos pocos emprendedores y el apoyo del Estado, ello aún es insuficiente y las empresas que han seguido este camino siguen constituyendo una minoría.
A estas alturas, está claro que se requiere un impulso modernizador más potente, fruto de un trabajo público-privado, con una política de incentivos más audaz por parte del Estado, pero también con el compromiso del empresariado de hacer suyo este desafío, con innovación y conocimiento.
Un escenario favorable para este cambio, requiere, además, de otras condiciones, como la reducción de los costos de la energía y del transporte, mejorar el riego de la zona, flexibilizar el acceso al crédito y contar con capital humano capacitado.
En la medida que se aborden los desafíos para configurar dicho escenario y que se aprovechen las oportunidades dadas por las ventajas comerciales y fitosanitarias de Chile, la región estará en condiciones de potenciar una industria agroalimentaria diversificada, moderna y competitiva, lo que tendrá un impacto en el desarrollo económico y en los ingresos de sus habitantes.
El desafío es impostergable y éste es el momento de acometerlo, con medidas para generar el mencionado escenario favorable. La nueva industrialización de Ñuble tiene que ser una política de Estado, con incentivos reales y con una estrategia bien definida, que debe nacer de su principal vocación productiva: la actividad agrícola.