Hace casi 40 años, en una luminosa tarde en Villarrica, un entonces muy joven poeta mapuche Leonel Lienlaf me inspiró para siempre con su observación. Yo, también joven, solo le destacaba el aspecto linguístico de que wekufe,”el mal”, era todo aquello que venía del exterior del ser, afirmándome en la raíz wekun, “afuera”, “lo exterior”. “De acuerdo Ziley”, me decía Lienlaf, “pero otra estructura para wekufe sería la de provenir de we, ‘nueva’, y de küfu, ‘echarse a perde’ o‘corromperse’; por tanto ‘el mal’sería más bien ‘equilibrado” de lo corrupto, aquel que compone (lo nuevo) echando a perder’.” Así para siempre entendí una de las funcionalidades secretas del mal. En primer lugar, que el wekufe, lo maligno, no es necesariamente “malo” en la perspectiva del tiempo, pues gracias a acelerar una putrefacción devendrían cosas nuevas, buenas e impensadas. Y segundo, que frente a un problema mayor, no temerle a una crisis mayor, pues eta tiene una función equilibradora, re-establecedora de un orden perdido y antes ni siquiera vislumbrado.
Como el desarrollo económico que originó el progreso aquí fue hecho desde el egoísmo depredador inconsciente, sin pedirle permiso a ningún ngen o “espíritu-dueño” de la naturaleza, la quemante barricada del vandalismo, con los torniquetes que impedían pasar, esos tecnológicos elementos del metro, su final también debía darse tal como su origen: inconsciente y violento. Así, la energía del cambio y de la transformación, que cada tanto está removiendo y despertando a Chile desde este 18 de octubre, aunque surgida desde las entrañas de la memoria reciente de la tierra, tiene también su conexión y su razón de ser con el cómputo cielo. Las dos energías están siendo activadas, y las personas las canalizan sin darse cuenta. Pero, como la masa de los chilenos, proletarios y poderosos, ambos desarraigados de su fuente espiritual ancestral, han actuado obedeciendo a inconscientes energías negativas, era lógico que el fuego se abriera paso saltándose los torniquetes institucionales. Y llega de improviso a purificar y limpiar los odios, a sacar a flote los resentimientos viejos -las emociones de la injusticia- los pesares acumulados hace más de dos siglos, a mostrar la escupidera de prejuicios, difusión de falsedades y opiniones irresponsables en las redes sociales.
Como han habido tantos y tan sistemáticos atentados contra el equilibrio de los elementos, del aire, del agua y de la tierra, aparece ahora el fuego, su compañero vengador, para limpiar y hacer “pagar”. Y con inusitada rapidez, de un viaje se cobran los daños causados al equilibrio de la Mapu Ñuke, la tierra madre que ha registrado cada una de sus violaciones pasadas. Por ello, como la matriz inteligente de la naturaleza nada olvida, de golpe parece la erupción, el estallido, la violencia y su incontenible desmesura. No olvida que el trastorno mayor fue arrancar de cuajo los árboles tutelares de los valles de Chile. Una de las causas de la enfermedad mapuche, un cáncer fulminante por ejemplo, su origen puede estar lejano. Estaría en una ya olvidada transgresión al orden oculto, producida acaso en la infancia del paciente. El mal y el rebelde dolor en el cuerpo, bien pudo deberse a la destrucción involuntaria al pisar un nido de avecillas en gestación, la quema de un leño sagrado antes destinado a altar(rewe), no advertir que era luna llena cuando se profirieron unas muy malignas palabras, etc. Lo cierto es que un inexorable registro sumó transgresiones diversas, y de pronto -hoy- entregó el resultado en un cotidiano momento de “normalidad”: la Naturaleza -y esta es la desnuda verdad- todo ya lo había procesado matemáticamente.