Ñuble es una región pequeña en superficie y población y tiene indicadores de pobreza, desempleo y atraso de los más altos del país. Sin embargo, el desarrollo que ha alcanzado en materia de investigación científica supera al nivel de la mayoría de las regiones y en el ámbito agroalimentario solo es comparable con lo que se realiza en Santiago.
Esta última afirmación es refrendada por datos objetivos, como el número de proyectos y de publicaciones científicas que desarrollan profesionales locales. Una masa crítica de investigadores que crece año tras año y que es fruto principalmente del esfuerzo de tres entidades -la Universidad de Concepción, la Universidad del Bío-Bío y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), pero que también se está comenzando a nutrir de otras instituciones de educación superior, como el instituto Virginio Gómez, la Universidad Adventista, Inacap y Santo Tomás.
Estos núcleos de investigación han logrado generar conocimiento en áreas clave como el uso eficiente del agua, el mejoramiento genético y el desarrollo de nuevas variedades de cultivos, el control de enfermedades, la adaptación al cambio climático, el manejo del suelo y el uso de fertilizantes, el mejoramiento de los sistemas productivos y de procesos industriales, la agricultura orgánica, el desarrollo de ingredientes y alimentos saludables, entre otros avances del conocimiento que no siempre logran traducirse en una transferencia tecnológica al sector productivo.
Esa brecha es precisamente uno de los principales objetivos de la recién creada Seremi de Ciencia y Tecnología, que dirige la académica Paulina Assman y que el pasado miércoles dio el primer paso al iniciar un proceso de escucha para mejorar la conexión entre la academia y los sectores productivos de la nueva región.
Profundizar ese diálogo con miras a los desafíos transformadores que tiene por delante Ñuble sería un gran avance. Igual lo serían la conjunción de otros elementos que han estado ausentes hasta ahora, como son el financiamiento y una institucionalidad que articule a los distintos actores.
El primero es aún incierto, pero sobre el segundo hay positivas novedades, pues desde que alcanzó rango ministerial se está configurando una hoja de ruta para definir las futuras políticas públicas de manera descentralizada, escuchando a las comunidades científicas y sectores productivos de las regiones.
Por el bien del país y de Ñuble, es de esperar que este proceso brinde a la ciencia un impulso significativo y una institucionalidad moderna. Pero conviene recordar que de poco nos servirá un nuevo marco normativo nacional para la ciencia y la tecnología si como región no asumimos un objetivo estratégico en torno a ellas. Una hoja de ruta para el desarrollo de Ñuble, así como su materialización en iniciativas concretas, debe poner especial acento en la ciencia aplicada, la innovación y la agregación de valor. De ello depende que seamos capaces de construir riqueza en el largo plazo y dejar de depender de la extracción de materias primas y la producción de commodities, que tradicionalmente han tenido como principales consecuencias el empobrecimiento de nuestras comunidades campesinas.