¿Católicos antiinmigrantes?
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Hoy 1º de septiembre celebramos en la Iglesia Católica el Día Nacional del Migrante, uniéndonos así a la jornada mundial del migrante y el refugiado convocada por el Papa Francisco.
Actualmente viven en Chile cerca de 1,3 millones de inmigrantes, que representan un 6,6% de la población. En cuatro regiones ese porcentaje alcanza al 10%. La gran mayoría de ellos (casi el 60%) tienen entre 20 y 39 años, lo que representa un aporte de dinamismo y fuerza laboral importantísimo.
Hay chilenos y sectores de la población en todo el mundo que rechazan la inmigración y promueven actitudes y políticas defensivas, que fácilmente devienen en intolerancia y racismo. Como señala el Papa en su Mensaje por la Jornada Mundial del Migrante, el temor y la duda pueden ser comprensibles, porque se relacionan con el miedo a los otros, el temor a lo desconocido, pero el problema es cuando esos miedos condicionan nuestra manera de pensar y actuar, convirtiéndonos en seres cerrados y excluyentes. Por eso las personas de fe tenemos que escuchar a Jesús que nos dice: “¡Entre ustedes no debe ser así!” (Mt 20, 26)
Conocemos bien el mensaje de Jesús de amor al hermano, su invitación a ser compasivos con el herido y el marginado. Conocemos hasta la misma identificación de Jesús con el forastero: “llegué como un extraño y ustedes me recibieron en sus casas” (Mt 25, 35). Y, sin embargo, hay católicos que a menudo asumen las posturas más conservadoras y apoyan a los políticos más cerrados en la gestión de la inmigración. Por supuesto que es razonable que un país tenga criterios y políticas regulatorias de este fenómeno social, pero debemos apoyar normativas que reflejen el espíritu evangélico que queremos para nuestra sociedad.
El Papa Francisco nos recuerda que actualmente los migrantes son el emblema de la exclusión, pues soportan enormes dificultades por su condición y son objeto de nuestros juicios negativos. Por eso nuestra actitud hacia ellos debe constituir una señal de alarma. Podríamos decir: “Dime lo que piensas y cómo tratas a los inmigrantes, y te diré qué hondura evangélica tiene tu fe y tu cristianismo”.
No podemos poner la seguridad por encima de la solidaridad, o resguardar nuestra comodidad a costa del bien común. Tampoco podemos poner el uso de nuestra libertad por encima del respeto a la vida del otro. En medio de este mundo injusto, donde el progreso está reservado a unos pocos, pero construido sobre la explotación de muchos; donde se abusa tan a menudo de los demás para lograr un beneficio personal o de grupo, tenemos que aportar y promover en la vida social, el desarrollo de actitudes y dinámicas de inclusión, de solidaridad y de profunda hermandad.
El Día Nacional del Migrante tiene como lema este año: “Cada migrante tiene un nombre, un rostro y una historia”. Y el Papa nos invita a tener presente cuatro verbos que son cuatro dinamismos frente a la inmigración: acoger, proteger, promover e integrar. Asumamos este desafío y recibamos también lo que los inmigrantes nos quieren aportar. “No se trata solo de migrantes: se trata de la persona en su totalidad, de todas las personas” (Papa Francisco). Se trata de la familia humana y de lo que Cristo nos invita a construir.