El desarrollo agroalimentario de Chile y naturalmente de la Región de Ñuble requiere de una gran voluntad y visión políticas, así como también de la participación del sector privado. En este sentido, mejorar la infraestructura de riego se ha convertido en el principal desafío de las autoridades y de los agricultores, para avanzar desde los cultivos tradicionales a otros más rentables y exportables.
Pero lamentablemente, el camino ha sido lento respecto de lo que se necesita y nos hemos ido quedando atrás, sobre todo en obras de acumulación. En el caso de Ñuble, proyectos hay varios, pero hasta ahora la única certeza es el embalse Punilla, que fue adjudicado hace tres años a la firma italiana Astaldi, la única que en ese momento presentó una oferta económica por la concesión de la construcción y operación del embalse que se ubicará en el río Ñuble, 30 kilómetros al este de San Fabián.
La propuesta considera un plazo de concesión de 45 años, así como un subsidio estatal máximo (231 millones de dólares) establecido en el inédito modelo de negocios desarrollado por el MOP para permitir la convergencia de aportes públicos y privados para financiar el megaproyecto que cuesta 500 millones de dólares, 350 correspondientes al embalse y otros 150 de la central hidroeléctrica. El segundo semestre de este año deberían comenzar las obras de esta importante obra de riego que promete cambiarle la cara a la zona norte de Ñuble y potenciar la vocación agroindustrial de la Región de Ñuble.
No obstante, para realmente explotar esa gran fortaleza que tiene nuestro territorio se requiere más agua, lo que supone llevar a cabo otros embalses. El problema, como suele ocurrir en muchas otras materias, es que los recursos no alcanzan para todos, pues hay más de 40 proyectos de embalses pequeños y medianos que buscan ser priorizados a lo largo y ancho del país, repitiendo la lógica y el ritmo que ha marcado durante décadas la inversión pública en materia de infraestructura de riego. Por lo tanto, lo que se requiere es incrementar la capacidad de inversión y ello necesariamente pasa por plantearse si el Estado debe abordar el financiamiento íntegro de estos proyectos de riego o si se debe apostar por incluir capital privado y es ahí donde el ejemplo de La Punilla cobra singular importancia, pues será una referencia de la eficiencia -o no- de apostar por mecanismos mixtos de financiamiento.
La concesión de embalses debe ser vista como una alternativa viable, incluso tratándose de obras de menor y mediana envergadura, donde los privados también podrían invertir en la medida que se generen incentivos para generar modelos de negocios que sean atractivos. En Punilla, por ejemplo, no solo se aprovecharán sus aguas para el riego, sino que también para generación eléctrica, el turismo y potencialmente para la producción de agua potable.
De prosperar un eficiente diseño público-privado no solo aumentarían las probabilidades de concretar otros embalses que están en carpeta, sino que los tiempos de ejecución de esos proyectos se acortarían de modo significativo, amén de liberar recursos fiscales para el siempre necesario gasto social.