De todas las situaciones excepcionales que afectan hoy al planeta ninguna resulta tan amenazante como el cambio climático. Es un desafío que no reconoce fronteras. Europa se está calentando casi el doble que la media mundial, y los científicos han confirmado esta semana que el verano de 2023 ha sido la estación más calurosa jamás vista en el mundo, con un amplio margen.
En cuanto a nuestro continente, el informe publicado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en julio pasado, confirma que las temperaturas de los últimos 30 años han aumentado al ritmo más alto jamás registrado, y es probable que el recién llegado fenómeno de El Niño haga aumentar aún más las temperaturas, provocando fenómenos meteorológicos aún más extremos, advierte el panel de expertos de Naciones Unidas.
Por su parte, el Reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que fue elaborado por 234 científicos de renombre de 66 países, corrobora que “muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, si no en cientos de miles de años”. Lo dice el estudio más completo que se ha realizado a la fecha. Sin embargo, pese a toda esta evidencia, muchos consideran que es un problema que está siendo manejado de una u otra manera en altas esferas, por los gobiernos y organismos internacionales, y por lo tanto hablar de su impacto local, es injustificado. Tampoco faltan quienes agregan que son, a fin de cuentas, los “dolores del crecimiento” que la economía nos llama a aceptar.
Pero más allá de explicaciones o justificaciones, lo cierto es que al observar la situación de la región, se constata una permanente tensión entre la protección ambiental y la mayoría de las estrategias de apropiación de recursos naturales que ha desplegado nuestra economía. En las tres provincias (Itata, Diguillín y Punilla) se advierte que el desarrollo de actividades económicas constituyen una incubadora de conflictos socio-ambientales.
En una región agrícola como la nuestra, el calentamiento global y la modificación de las dinámicas de lluvias, vientos y temperaturas son fenómenos que este último año nos mostró pueden generar grandes pérdidas económicas y ecológicas. Además, la exposición a riesgos vinculados con el clima, junto a las condiciones de vulnerabilidad social, agravan los daños. Lo vimos con los incendios forestales en febrero y con las inundaciones en invierno.
No hay duda, entonces, que los efectos directos e indirectos de este fenómeno ya alcanzaron a nuestro territorio, y por lo mismo, la gran pregunta hoy es qué estamos haciendo en Ñuble para moderar sus impactos.
Es tiempo que todos los agentes productivos locales reflexionen acerca de cómo podrían hacer más sustentables sus procesos, qué acciones podrían emprender para tener un sistema alimentario sostenible, o para mejorar los estándares ambientales en el turismo, o cómo aprovechar mejor los recursos y reducir los residuos que hoy son depositados en una sola comuna que se ha transformado en “zona de sacrificio”. No hacer estas y otras preguntas es darle la espalda al futuro