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Buenos y malos empresarios

El fortalecimiento de nuestras desprestigiadas instituciones debe cubrir un amplio espectro que abarque en su conjunto al sistema democrático, dentro del cual el sector privado ocupa un espacio relevante.

Al contrario de lo que ha sostenido la doctrina durante muchos años, la corrupción pública no antecede a la privada, sino que, por el contrario, muchas costumbres antiéticas de la sociedad fueron paulatinamente trasplantados a la administración pública.

Por eso muchas denuncias e investigaciones que han salido a la luz recientemente han alimentado el descontento social, al dar cuenta de episodios originados en una conveniente inoperancia de los órganos responsables de controlar la legalidad y transparencia de las operaciones de los privados.

No se trata solo de señalar el indiscutible daño a la confianza pública que causan todos los episodios de corrupción. Ahora también debemos lamentar la degradación del rol de “empresarios” que han contribuido a este estado de cosas con excusas que, aunque puedan resultar comprensibles para algunos, para la mayoría están muy lejos de ser aceptables.

Frente al doble golpe a la ética para hacer negocios y política, muchos han bajado la cabeza, aceptando silenciosamente semejantes reglas de juego, buscando de qué manera podían obtener de ellas algún beneficio de corto plazo. El caso Hermosilla, donde se ha revelado una oscura trenza de políticos-empresarios y jueces, es el mejor ejemplo.

Por su parte, las entidades gremiales y algunos colegios profesionales también deberían hacer su mea culpa, pues más que dar potentes señales de rechazo a estas desviaciones, actúan con tolerancia, acomodándose a ese estado de cosas más que denunciándolo.

En tiempos en que muchos ejecutivos de empresas se llenan la boca anunciando iniciativas de responsabilidad social empresarial, todas ellas muy loables, cabe también preguntarse si la vigencia de las instituciones que permiten el desarrollo de la actividad privada no son un bien social del que vale la pena también ocuparse, tanto como puede ser la equidad de género o la preservación del medio ambiente.

Lamentablemente, empresarios que solo buscan el amparo del Estado y del amiguismo político hemos tenido siempre. Así se han enriquecido algunos constructores de obras públicas igual que hombres de negocios que son más sagaces para detectar y aprovechar las debilidades en los comportamientos de quienes administran el Estado, que las oportunidades que otorga el mercado.

En suma, así como la sociedad chilena hoy le está reclamando ejemplaridad a los líderes políticos, a los legisladores, jueces, e incluso al periodismo, también debería exigir que los empresarios se ocupen de innovar para crear riqueza y empleo, en vez de ser financistas de campañas políticas, y cortesanos en busca de protección para alcanzar lo que en contextos transparentes, de sana y libre competencia, jamás podrían lograr.

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