Este mes ha sido unos de los más complejos para el presidente Boric en materia de seguridad pública, desde que llegó a La Moneda. Cuando estaba cuidadosamente preparada la “mise en escen” del paso a retiro de Carabineros del General Yáñez (a contrapelo del gobierno), por los excesos policiales tipificados como violaciones a derechos humanos ocurridas durante el estallido social, sobrevino el vil asesinato de tres Carabineros al sur de Cañete.
El gobierno y el Presidente hicieron lo que tenían que hacer, cerrar filas con el cuerpo de Carabineros, dejando atrás los cuestionamientos al cuerpo policial profusamente declarados por ellos mismos durante el estallido social. Ante el escepticismo de buena parte del ámbito político y social, de que este decidido apoyo por parte de la máxima autoridad a la policía uniformada y a su General Director no fuera sincero, sino fruto de las circunstancias, el Presidente cortó por lo sano, mató al perro “matapacos”, principal símbolo de dicho cuestionamiento. “ Yo jamás festiné ni me hizo ningún sentido esta imagen burda del perro aquel, del perro “matapacos” como le llamaban.” Agregó que la figura era “burda” y “denigrante”.
De un plumazo sepultó al principal símbolo de la primera línea y de quienes no sólo justificaron la inusitada violencia que terminó por contaminar a las legítimas reivindicaciones de la protesta social, sino que la alentaron sublimando a como dijo el presidente “ la imagen burda del perro aquel”.
Decretar la muerte súbita de un símbolo como el perro “matapacos”, tiene a su vez un alto valor simbólico y real .Porque los símbolos trasmiten valores o antivalores de manera directa, sin interface entre el emisor y el receptor de dicho símbolo. Y el perro “matapacos” trasmitía un antivalor, cuestionaba de manera violenta a la policía uniformada, mantener ese cuestionamiento en el momento en que el país más la necesita, parece un contrasentido y un descriterio.
Este burdo símbolo nace de unos de los perros vagos que pululan por el centro de Santiago, y que de tanto convivir con los peatones y automóviles terminaron por aprender las reglas del tránsito. Estos, en medio de las bombas lacrimógenas y de las barricadas, ladraban a los Carabineros, y a alguien se le ocurrió sacarse la pañoleta roja que portaba y colocársela a un perro negro.
Así nació este símbolo que luego fue transformado en el emblema de la destrucción de bienes públicos y privados, especialmente en el centro de la capital. El Presidente en medio de la crisis de seguridad que vive el país dio la señal más potente que se pueda emitir, para recobrar la credibilidad que se la niegan quienes siguen obsesionados por dejarlo atrapado en su pasado.
Mató al principal símbolo de ese pasado al que quieren encadenarlo sus opositores. Como si los seres humanos no fueran capaces de madurar y cambiar de opinión, dejando que el sentido común también ocupe un espacio en la gestión pública.
Eso hizo el presidente Boric, no más mea culpa ni arrepentimientos, ni menos decir que estaba equivocado como quieren humillarlo quienes le niegan la sal y el agua. Dio un paso adelante, mató al perro “matapacos”, mató al símbolo del octubrismo, expresión que se entiende como una distorsión de la protesta social, legítima y pacífica. Y lo hizo no solo con pragmatismo, sino que también con una buena dosis de sabiduría y en el momento preciso.