Baja natalidad

Las informaciones proporcionadas por organismos nacionales públicos y privados, al igual que la simple observación de la realidad que nos rodea, nos confirman que hay cada vez menos nacimientos, en consonancia con lo que sucede en otras regiones del país, y el mundo en general, como lo describen expertos de diferentes países que coinciden en que se trata de una tendencia global que se ha intensificado en las últimas décadas.
De acuerdo con el último boletín demográfico del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en 2024 nuestro país tuvo una caída histórica en la natalidad, con solo 135 mil nacimientos. En 2023 hubo 174.879 nacimientos y en 2022 alcanzaron a 190.131. Y si la comparación se hace con 1994 (273.764 nacimientos), el descenso llega al 50 %.
Ñuble no es la excepción. De hecho es una de las cuatro regiones del país donde el año pasado hubo más defunciones (4.084) que nacimientos (3.708). Y si se observa un indicador sanitario como la tasa de fecundidad (1,26), la región está lejos garantizar un índice (superior a 2,1) que le dé estabilidad en su población y al correcto cambio entre las generaciones.
Muchas cosas se suelen decir sobre este tema, generalmente centradas en lo ocurrido en las últimas décadas, con las enormes transformaciones registradas en las vidas de las mujeres y la promoción de métodos anticonceptivos. Pero suele olvidarse que el primer y profundo cambio se registró en los años 60 del siglo pasado, cuando el tema no estaba en los medios de comunicación. En aquellos años, desapareció el modelo de familia prolífica tradicional, en la cual los nacimientos concluían prácticamente con el ciclo fértil de la mujer.
Eso equivale al primer acto de un proceso de transformaciones sociodemográficas profundas que son influenciadas por diversos factores y que es coincidente con un cambio de visión que se ha extendido y profundizado e incluye también una positiva evolución del reconocimiento y protección de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. En la actualidad, ese cambio se refleja en muchas actitudes que en otros tiempos hubieran sido inimaginables, como limitar las expectativas a un hijo(a) o incluso desechar tempranamente lo que en el siglo pasado se suponía como inherente a la condición femenina: la maternidad.
Por otra parte, el concepto de familia también se modificó. El trabajo, la producción y la estabilidad monetaria se ubicaron como un requisito fundamental para comenzar a tener hijos, y por lo mismo, la inestabilidad económica actual alimenta esta tendencia de postergar o desistir de tener hijos.
En este contexto, los éxitos de la ciencia médica y la elevación de las expectativas de vida crean un grave desequilibrio, pues los trabajadores en actividad serán cada vez menos para solventar el sistema de seguridad social.
Por cierto que nadie puede ser obligada a tener más o menos hijos, por lo menos en un país que sostiene la defensa de los derechos inalienables de las personas, pero no puede ser esto un obstáculo para advertir acerca de los inconvenientes que nos aguardan en las próximas décadas con esta persistente baja de la natalidad