Nacido en Chillán el 24 de abril de 1905, Arturo Pacheco Altamirano descubrió su vocación artística gracias al regalo de lápices de colores de su tía monja, Sor Elisa. Desde joven, desarrolló un talento natural para el dibujo y la pintura, que pulió en sus años de estudio en el Liceo de Concepción y, posteriormente, en la Universidad de Chile, donde comenzó Arquitectura, aunque no pudo concluir sus estudios tras la muerte de su padre.
Su primera exposición en Santiago en 1929 marcó el inicio de una fructífera carrera que lo llevó a exponer en importantes ciudades como Buenos Aires, Lima, París y Londres. Su obra se caracterizó por retratar con pasión y maestría escenas marinas, especialmente caletas, barcos y la bahía de Angelmó, que plasmó con una técnica gestual, vibrante y llena de color.
En 1964, la Municipalidad de Chillán lo nombró Hijo Ilustre, reconocimiento que celebró con la donación de cerca de veinte de sus obras a la comuna, custodiadas por el Grupo Tanagra, que también ha sido clave en preservar su legado artístico. Alguna vez, La Discusión documentó que en una de sus visitas, no estuvo de acuerdo con la forma en que sus obras estaban siendo custodiadas, por lo que las solicitó en calidad de préstamo para exponerlas en el sur de Chile. Al cabo de unas semanas, Pacheco Altamirano habría devuelto la colección, pero según testigos de la época, no eran las mismas piezas que él había donado con motivo de su distinción como Hijo Ilustre de la ciudad. Aún así, esas pinturas permanecen en la Sala Arturo Pacheco del Teatro Municipal.
Pacheco Altamirano vivió sus últimos años en Las Cruces, en la “Villa Elisa”, hogar que nombró en honor a su tía. Falleció en Santiago el 30 de diciembre de 1978, dejando un legado que sigue vivo en museos y colecciones nacionales e internacionales. Su nombre perdura en Chillán, donde el liceo de su juventud lleva hoy su nombre, recordando al artista que supo capturar con pinceladas el alma marítima de Chile
