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El voto: a quién se lo damos y por qué

Las elecciones municipales y regionales que se realizarán dentro de 10 días atraen la atención de la opinión pública, y tratándose de las primeras con sistema de inscripción automática y voto obligatorio después de una década de sufragio voluntario, una parte de la ciudadanía que se ha mantenido al margen de procesos anteriores intenta conocer los programas de cada uno de los aspirantes a la nueva jefatura regional y a las 21 alcaldías de la región.

El sistema electoral supone la delegación de soberanía de los ciudadanos a los candidatos que resultan electos y se sostiene en la virtud cívica de los primeros, que deben conocer a quién votan y por qué.

Sin embargo, al hacer una revisión de lo que está ocurriendo, se constata que la mayoría de las figuras que se han puesto en carrera -salvo honrosas excepciones- no han conseguido trasponer el umbral de las confesiones de objetivos de carácter individual.

Algunos podrán decir que es un despropósito pedir detallados programas a candidatos y candidatas a los concejos municipales y al consejo regional, y solo basta con definiciones tácticas y desplantes personales. Y de alguna forma no se equivocan. Las funciones y atribuciones de concejales y consejeros regionales son limitadas y no ameritan extensos documentos e iniciativas muy elaboradas.

Diferente son los postulantes a gobernador regional y a alcaldes, donde muchos tienen -o dicen tener- algún documento programático, aunque eso no necesariamente significa que tengan propuestas de alcance colectivo, bien organizadas, explicadas y difundidas para la comprensión de la ciudadanía.

Por el lado de los aspirantes a las alcaldías esta carencia es más evidente y debe ser lamentada por muchas razones. La más importante es que la mayor parte de las comunas de Ñuble está siendo amenazada por problemas complejos que solo serán superados al cabo de un ejercicio sistemático de estudio, voluntad política y desempeño profesional. El aumento del desempleo, el deterioro ambiental, la inseguridad, el crecimiento desordenado y el generalizado aislamiento de las corrientes de inversión nacional, son algunos de los desafíos que solo se resolverán al cabo de ejercicios analíticos nacidos de la participación ciudadana, el conocimiento experto y un inteligente intercambio de ideas.

Estamos ante un fenómeno extendido y repetido a lo largo y ancho del país, que encuentra su origen en el paulatino vaciamiento de la actividad política, donde quienes aspiran a ser reelectos y los candidatos que pretenden reemplazarlos parecen encapsulados en la burbuja del efectismo y el corto plazo. Obviamente, hay excepciones. Pero en general, vemos que reinan las promesas de empleos y de preferencias para acceder a beneficios, instrumentos ya sacralizados para captar adhesión.

Es entendible que algunos candidatos prescindan de grandes propuestas conceptuales, pues se sienten más cómodos con el lenguaje simple y la gestión concreta, “el hacer cosas”, pero lo que no se puede permitir es que un falso pragmatismo oculte la incoherencia de estar dispuesto a decir o hacer una cosa o la contraria, según la conveniencia del momento.

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