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La universidad y su responsabilidad formativa

Lo que está ocurriendo en una de las principales universidades del país es preocupante. Pareciera que en la Universidad de Chile se ha perdido la brújula que durante mucho tiempo la mantuvo en una trayectoria académica de primera línea, cumpliendo con las expectativas de ser un vasto faro para el bien del país.

La extendida irrupción de alumnos que impiden el normal quehacer académico, violentando a quienes acceden a los edificios institucionales sumado al equívoco pensamiento de la dirección ejecutiva que afirma que las tomas hoy no son aceptables como sí lo fueron el 2011, todo apunta a un deterioro en la esencia misma de toda sede universitaria.

La universidad desde su creación en la Cristiandad Occidental ha procurado ser una organización con alta capacidad reflexiva y formativa para proveer a la sociedad, profesionales que contribuyan a los requerimientos propios de la vida organizada. Así, el estudio sereno, profundo y amplio, unido a un respetuoso espíritu de renovación e innovación en los conocimientos, que se reflejan en la docencia, investigación y extensión, es lo característico del quehacer universitario. Como bien señaló Héctor Herrera Cajas en su recomendable libro “Dimensiones de la responsabilidad educacional” (1988), en la universidad es donde cobra vitalidad la cultura que luego se vierte en la sociedad. La cultura, afirmó el destacado historiador, “es esta capacidad de transformación con que el hombre está actuando permanentemente sobre la naturaleza (…) que, a su vez, es patrimonio de todo el hombre y de todo pueblo”. (p.9). Desde esta perspectiva, la cultura es una realidad espiritual que transforma las personas y a través de estas, a la sociedad, siendo sus fines propios, la verdad, el bien y la belleza.

En los hechos, ante cada crisis social las instituciones universitarias han sido el lugar en que se han resguardado los bienes espirituales y también el lugar desde donde estos bienes se han fomentado y proyectado para impulsar el vital dinamismo educativo y cultural que toda Nación civilizada requiere. Así lo expresó Herrera Cajas hace 36 años: “las universidades parecen ser hoy día los bastiones del espíritu en un mundo donde a los clásicos jinetes del Apocalipsis, se han juntado el materialismo, la insensatez y la soberbia” (p.158). No obstante, hoy, con la excusa de hacerse cargo de la contingencia política internacional, vemos que está ocurriendo algo peligrosamente distinto.

En este contexto, vale la pena recordar a Igor Saavedra (Profesor Emérito de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Ciencias 1981) cuando afirmó que “los universitarios deben generar ideas y esas ideas mirar siempre hacia adelante y no hacia el contorno más inmediato (…) La vocación por lo contingente es lo que hace mediocre a la Universidad. Esto es una enfermedad de toda América Latina y es lo que nos hace ser dependientes intelectualmente” (La Tercera, 1987).

¿Acaso no es un imperativo nacional y ético que la Universidad de Chile restituya la sensatez en la dirección de su comunidad educativa para cumplir, cabalmente, con su responsabilidad formativa?

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