Historia de un secuestro
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A mediados de los setenta, el jefe de la policía secreta de una dictadura que gobernaba un país del sur utilizando formas aparentemente democráticas, se reunió como lo hacía todas las mañanas con el dictador. “Hay un exiliado y traidor, está causando mucho ruido”, le dijo. “Arregle usted el problema, para eso lo puse acá”, respondió el dictador, haciendo un gesto brusco con su palma derecha extendida debajo de su cuello.
“¿Secuestro con desaparición?”, preguntó en voz baja en jefe de la policía secreta.
“Usted sabrá cómo lo hace”, respondió el dictador.
El jefe se retiró en silencio y una vez que llegó a su oficina convocó a cuatro de los agentes más calificados y les ordenó eliminar el problema. Estos, a los pocos días, viajaron con pasaportes falsos al país donde el traidor había conseguido refugio. Allí se contactaron con miembros de una banda terrorista criminal con la que tenían contactos en su propio país, con los que llegaron a un trato económico que tenía dos etapas. La primera, antes del secuestro era entregar un informe minucioso de las rutinas del exiliado, de cada uno de sus movimientos, lugar de trabajo, horarios, residencia y por último de su círculo de amigos y conocidos.
La segunda misión, post-secuestro, encargada a la banda criminal, era la de hacer desaparecer a la víctima de la faz de la tierra, para siempre, con lo cual también quedaría una incógnita sin resolver por los tiempos de los tiempos.
Se cumplía el objetivo principal de la operación: amedrentar a los adversarios de la dictadura esparcidos por el mundo, sin dejar huellas.
Sin embargo, en esta segunda misión los secuestradores cometieron un error, contrataron a un grupo criminal sin preparación militar ni política. Así fue como el día indicado, a las tres de la madrugada, el comando ingresó vestido de policía al departamento del exiliado y lo secuestró sin siquiera permitirle que se vistiera.
Una operación técnicamente impecable, antes de subirlo al sedan en que se desplazaban, lo llevaron cerca de otro automóvil para que fuera filmado. Como el secuestrado iba ser entregado a un segundo grupo de la organización criminal contratada para que lo hiciera desaparecer, debían tener un testimonio para exhibírselo al jefe.
En una casa de seguridad, entregaron el cadáver de la víctima en una maleta a quienes tenían por misión hacerlo desaparecer. El error cometido por el comando al vincularse con los delincuentes de la banda criminal empezó a crecer como una bola de nieve. Estos fueron a dejar la maleta a un hoyo construido los días previos, en medio de un campamento donde convivían hacinados delincuentes con emigrantes ilegales. Uno de estos, a cambio de la visa, dio el aviso a la policía, la que no demoró en desenterrar a la víctima.
Se desató un escándalo internacional. El dictador citó a la mañana siguiente al jefe de la policía secreta, lo miró en silencio por largos minutos, y sin decir palabra hizo sonar sus dedos y con gesto brusco le indicó la puerta de salida. El jefe -o ex jefe de la inteligencia de la dictadura- caminó hasta su oficina, sobre su escritorio alguien había dejado un revolver. El ex jefe lo miró desde la distancia, se dirigió a su caja fuerte y sacó un pendrive que había en su interior.
Este relato es una ficción basada en hechos reales.