Por fin el parlamento se dio el tiempo para abordar el proyecto que limita la reelección de diputados, senadores y alcaldes. Se tuvieron que alinear los astros para que esto ocurriera, pues una semana atrás se postergó la votación porque dos senadores, Elizalde y Navarro no dieron la unanimidad para que se tratara en ese instante. Por fin, a regañadientes, enfrentaron el tema, y la votación fue dispersa, cada uno de los incumbentes pareció votar de acuerdo a su particular visión en algunos casos, y en otros claramente defendiendo su parcela y sus intereses.
La llamada retroactividad quedó en entredicho, provocando la indignación de muchos contra aquellos que votaron en contra de que la limitación de la elección indefinida fuera con efecto retroactivo.
La pregunta es si esto va al fondo del problema, qué es la renovación de la clase política parlamentaria y la mejoría de la calidad de la política, en general.
Claramente no. Nadie en su sano juicio puede asegurar que los que vengan serán mejores que los que se van; es más, es posible que muchos de ellos sean actuales diputados, los cuales no han observado una conducta que los haga merecedores de ser senadores de la República.
La ley no restringe el cambio de distritos, ni impide que un diputado que lleva más de veinte años por ejemplo pase ahora a ser senador. Por ello la discusión de la retroactividad y la no reelección que apasiona a un sector de la ciudadanía no sea más que humo ante los problemas de fondo. ¿Cuáles? Dos fundamentalmente: el voto voluntario y el cohecho encubierto.
Con los recursos del Estado que les permite no solamente tener una remuneración más que generosa, sino que además contratar numerosos “asesores” (en la mayoría de los casos operadores políticos encubiertos), controlan el padrón electoral a través de prebendas y regalos, menores en muchos casos, pero significativos para personas que tienen necesidades básicas sin cubrir.
Lo ocurrido recientemente con las canastas de alimentos que un diputado llevó con una foto suya en el envoltorio, es solo una muestra de una mala práctica generalizada que no solamente se hace durante los periodos de ejercicio parlamentario. Se trata de una forma de cohecho encubierto. El día que estas conductas sean sancionadas con la pérdida del cupo parlamentario o de la posibilidad de postular a un cargo en el parlamento, y tengamos voto obligatorio, otro gallo cantaría.
Pero nada ni nadie parece estar disponible para legislar en ete sentido. Sí a esto agregamos que los candidatos son designados o impuestos por las cúpulas y maquinarias partidarias, estamos una vez más frente a la tormenta perfecta en materia de mejorar la calidad de la política. Muchos ilusamente creen que esto se producirá por el solo hecho de que no se reelijan indefinidamente los actuales parlamentarios. Yo te elijo tú me reelijes seguirá siendo el principio rector de los procesos electorales en los cuales participa nuestra clase política, si no se enfrentan estos temas de fondo, los cuales al parecer nadie está dispuesto a explorar. Como ciudadanos nos declaramos en alerta roja, para denunciar el gatopardismo de esta ley, hacer como que todo cambie para que nadie cambie.