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¿Vuelta a clases?

Hace cuatro años participé en las primeras primarias organizadas por el Servel para elegir candidato a alcalde de Chillán, de acuerdo a la nueva ley de elecciones de autoridades. Pareció ser un ejercicio razonable para consolidar una democracia madura.

En aquella ocasión escribí un artículo titulado “Impresiones de un candidato”, donde hacia ver el clientelismo desatado durante la campaña, que terminaba con un frenesí de regalos de todo orden. Desde una empanada hasta un ataúd figuraron entre los regalos o peticiones de los electores. Llamaba la atención que era una realidad asumida tanto por los candidatos (no todos) y los electores. Parecía ser parte de la normalidad. “De otro modo, no ganarás nunca una elección”, me dijo alguien. Lo cierto es que fue así, las propuestas, las ideas, los sueños, no fueron capaces de imponerse al clientelismo y la desesperada búsqueda de no quedar fuera de la foto por parte de algunos sectores de militantes de los partidos. Sin ambargo, el 85% de los ganadores perdió en la elección definitiva, arrojando una sombra de duda de que los elegidos fueran los más competitivos frente al adversario de la otra coalición, con ello la validez del método para seleccionar a los candidatos, también abre un signo de interrogación.

Ahora fue la segunda experiencia, en un escenario totalmente distinto, en pandemia, convencionales y avisadas solo 10 días antes de la elección. También según los insultos recibidos en las redes sociales, en medio de un alto nivel de rechazo a los políticos y cosa un tanto insólita, a los viejos, sin otra distinción. En este escenario no hubo mucho tiempo ni condiciones para activar las redes de clientelismo o prebendas, a lo menos de la manera clásica. Menos para convocar a la ciudadanía a un diálogo respecto al futuro de la ciudad. No estaban las condiciones sanitarias para ello. Pero aparecieron otras técnicas, como fue buscar, por ejemplo, apoyo en líderes del partido de un adversario, así como ofertones a militantes de un partido competidor. Pero el más evidente y efectivo fue el “acarreo”. No se trató, esta vez, de ir a buscar a algún elector con dificultades para concurrir a sufragar, no fue eso, esta vez fue evidente la contratación de verdaderas flotas de microbuses y de transporte escolar, las que incesantemente trasladaron “electores” durante todo el día. Por momentos era tal la cantidad de furgones estacionados frente a los lugares de votación, que parecía que era la tradicional hora de salida de clases. Pero no era así, no había clases ni nada por el estilo. Por la forma de hablar de algunos de ellos durante las largas filas quedaba claro que su interés no era la política ni las elecciones de alcalde. La organización del operativo resultaba evidente por los reclamos a viva voz de alguno de los “electores”.

Esto arroja evidentemente una sombra de duda respecto a la representatividad real del resultado. ¿Qué hacer? es la pregunta. Llegó la hora de que el día de las elecciones el Estado disponga de movilización gratuita para mantener la equidad en la competencia, de modo de asegurar hasta donde sea posible la representatividad del resultado. Este vicio y mala práctica debe ser convertida en una oportunidad, para evitar, entre otras cosas, compromisos de los candidatos con sectores de dudosa formación cívica.

Las primarias son con todo la fórmula más transparente de elegir candidatos, por lo mismo, es necesario desterrar estos vicios y malas prácticas que sólo consiguen dañar esta noble actividad como es la política.

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