En todo Chile se desarrollará este fin de semana un proceso electoral inédito porque considera cuatro elecciones simultáneas, y entre ellas las que permitirán renovar los alcaldes y concejales de las 345 comunas que existen en el país.
Además de la importancia natural que tienen los comicios municipales, al ser la instancia mediante la cual los ciudadanos optan democráticamente por las autoridades que administrarán los gobiernos locales durante el próximo período de cuatro años, en esta ocasión el acto cívico estará marcado por la gran duda sobre la participación.
Tal incertidumbre se justifica en dos factores. Uno es la situación de emergencia sanitaria originada por la pandemia del covid-19, que obligó a suspender esta misma elección a mediados de abril, pero que ha mejorado respecto de esa fecha. Y el otro es evidentemente el desinterés de buena parte de la ciudadanía, fruto del hastío ante actitudes corporativas de una clase política que, salvo contadas excepciones, no parece haberse preocupado por abrir posibilidades de participación ni por terminar con viejos vicios, representativos de una cultura basada en el clientelismo y en intentos por manipular a los sectores más necesitados de la sociedad.
Frente al escepticismo, una vez más hay que recordar que si se respetan las medidas sanitarias básicas (mascarilla, distancia e higiene) no hay nada que temer; pero sobre todo, hay que tener presente que nada cambiará sin el necesario compromiso cívico de votar este fin de semana.
La gran pregunta entonces es por quién. Desde estas mismas páginas, hemos alentado un argumento elemental, que es informarse sobre los candidatos y sus propuestas. En efecto, los problemas que enfrentan cada una de las 21 comunas de la región son diversos y complejos; de hecho sería imposible tener una receta única, sin embargo lo que sí está claro es que solo serán superados al cabo de un ejercicio sistemático de estudio y discusión.
Lamentablemente, la indigencia de ideas, la predilección por el corto plazo y promesas que suenan a la perfección en el discurso, pero que rara vez se cumplen, son prácticas demasiado comunes y explican la decepción que antecede a la paulatina baja en la intención de voto en nuestro país. Ojalá esta vez sea distinto y la participación que tuvo el plebiscito constituyente del año pasado contagie a estos comicios.
Sería muy importante que así ocurriera. En los gobiernos comunales está la esencia más cercana y viva del verdadero espíritu democrático, el organismo que se vincula a diario con los vecinos, el alma del sentir ciudadano. Por lo tanto, no da lo mismo por quién votar. Los alcaldes impulsan proyectos que afectan directamente la calidad de vida, los concejales aprueban, desaprueban o modifican el plan de desarrollo, el plan regulador y el presupuesto municipal que, entre otros, involucra el desarrollo de cada barrio.
En síntesis, la respuesta es votar por aquel candidato o candidata que no solo genere simpatía por su personalidad, filiación partidaria o ideológica, sino también porque posee una oferta programática capaz de solucionar los problemas que la ciudadanía percibe como prioritarios y además, porque es capaz -tanto él como el equipo que lo acompaña- de garantizar una gestión de la comuna de manera eficiente, rigurosa y, sobre todo, sujeta a principios éticos ciertos y reconocibles.