De todas las situaciones excepcionales que afectan hoy al planeta ninguna resulta tan amenazante como los devastadores efectos que impone el calentamiento global. Es un desafío que no reconoce fronteras, que puede generar migraciones masivas, amenazas a la producción alimentaria y lluvias intensas o sequías. Si la temperatura promedio global siguiera en aumento -como va a ocurrir- nuestro continente sería uno de los más afectados.
Sensible a este panorama, la incorporación de la temática del cambio climático en la malla curricular escolar es una deuda de los gobiernos de la última década, que han sido generosos en anuncios, pero mezquinos en acciones concretas.
Nadie puede discutir que se debe superar lo que hoy existe en materia de educación ambiental, cuya visión estrecha y aislada no ha contribuido a una adecuada formación de nuestros niños y jóvenes.
Siguiendo entonces a los expertos, la incorporación de la temática del cambio climático debería ser transversal, vinculándose con otras áreas del conocimiento como la biología, las artes, las matemáticas, la lengua, la educación física y la geografía.
Pero siendo necesario permear la educación nacional, es también necesario preguntarse qué estamos haciendo a nivel local para moderar los impactos negativos de este fenómeno y aprovechar los aspectos que pueden ser beneficiosos, reduciendo así el riesgo mediante medidas específicas en distintos ámbitos y sectores productivos.
La realidad nos muestra que son adecuados y movilizadores los enfoques de planes universitarios o de carácter empresarial, que han diseñado nuevas carreras para encarar el desafío ambiental o bien planes de producción que se ajustan a las necesidades de emplear formas de energías originadas a partir de fuentes renovables, sin perjudicar la competitividad.
Hay instituciones como la Universidad de Concepción y el INIA que están desarrollando líneas de investigación en esta materia, pero falta aún incorporar a otras instituciones -públicas y privadas- para lograr un abordaje intersectorial que cree un marco de referencia para toda la matriz económica de este territorio, incluyendo las actividades silvoagropecuaria, los recursos hídricos, la biodiversidad, salud, energía, infraestructura, el turismo y el desarrollo urbano.
Una buena idea sería unir la capacidad humana y tecnológica existente bajo la fórmula de un centro de estudios u observatorio que sea respaldado por la institucionalidad publica y tenga por objetivo generar y compartir información para determinar los efectos a corto y largo plazo del cambio climático en Ñuble, lo que permitiría elaborar políticas y estrategias propias en términos de adaptación y mitigación, y así actuar en consecuencia.
Se trata de una tarea que colocaría a la Región a la cabeza del país, con un proyecto con aptitud para crear políticas sustentables durante los próximos años y colaborar con las tareas de comunicación, formación y concientización de la comunidad sobre un tema de gravitación global.