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Señor Director:
La reciente noticia de que Marcela Cubillos percibe un salario mensual de 17 millones de pesos en la Universidad San Sebastián ha causado revuelo. Este hecho no sólo impacta por la cuantiosa cifra, sino que también resalta la profunda disparidad salarial entre quienes dedican su vida a la enseñanza en Chile.
Mi madre, Guillermina Guzmán, es un claro ejemplo de esta realidad. Con casi 69 años y más de 40 dedicados a la docencia, sigue trabajando con la misma pasión de siempre. Fue la primera de su familia en llegar a la universidad, logrando su título en Pedagogía en Castellano en tan solo 4 años debido a la necesidad de insertarse rápidamente en el mundo laboral. Durante su carrera, llegó a trabajar en 3 o 4 instituciones al mismo tiempo, con jornadas extenuantes que incluían largos traslados en transporte público.
A pesar de sus sacrificios, Guillermina no se ha acercado ni remotamente a recibir un salario similar al de Cubillos. Sin embargo, su labor ha sido inquebrantable: corregir trabajos, preparar clases, perfeccionarse y, sobre todo, formar personas. A lo largo de su carrera ha recibido numerosos reconocimientos, no por su remuneración, sino por su dedicación, integridad y vocación de servicio genuina, no por conveniencia ni poder.
Mi madre no persigue el poder ni el reconocimiento público; su único objetivo ha sido ser la mejor en lo que hace, con honestidad y pasión. Como hijo de una profesora – real, de verdad, que estudió pedagogía -, me siento profundamente orgulloso de su ejemplo.
Rodrigo Durán Guzmán