Vivir es resistir
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“¿Pero quién habla de triunfos?: el resistir lo es todo”. No hace mucho recordaba esta consigna del poeta Rilke, el tan lúcido Cristian Warnken, en una inolvidable conferencia en Chillán. Vivir es primero encontrar y luego resistir.
Buscar un motivo noble, una tarea digna y luego todo se va en perseverar. Como lo hace un agricultor que, a pesar de la tentación de mentir ante una gran oportunidad de compra orgánica para China, no lo hace y declara que sus productos tienen grados de pesticidas.
O como lo hace aquel universitario, que se niega a participar de fiestas con marihuana y drogas porque considera indigno perder la conciencia, aunque sea una vez al año. O cuando un popular personaje, que le gusta mucho lo que hace, resiste a lo fácil que sería ganar una candidatura porque no se considera idóneo.
O como lo vive el más viejo de la casa, que sigue insistiendo leer en la mesa y compra un libro en vez de un nuevo celular. Resistir como aquel campesino de Quirihue que nunca pide un préstamo o reclama un subsidio estatal porque su ética es no hacerlo jamás si no puede devolverlo aumentado.
Resistir como aquel ciclista belga que hace poco, después de seis horas de agotadora carrera y de ir rezagado y sangrando sus rodillas por una rodada, no pierde el norte y arremete con sus últimas fuerzas en el último medio kilómetro y la gana desplazando inesperadamente a los tres seguros ganadores.
Se trata de no abandonar la lucha del Ser, de no traicionar la llama sagrada y propia que nos hace vivir, por más años de decepciones acumuladas. Se trata de ser como el pez Koi.
La mitología cuenta que una escuela de peces Koi liberó a unos cuantos en el río Amarillo de China. El objetivo de cada uno de ellos era desafiar el cauce hasta alcanzar una cascada invadida por demonios. Mientras todos rehusaron finalmente superar este postrer tramo, un último Koi se atrevió a intentar múltiples saltos y llegar a la cima.
Como recompensa los dioses lo transformaron en dragón, símbolo de fuerza y poder mayor, el que nació de un pez valiente que quiso hacerlo una vez más.
Un último intento entonces pues, porque aquello que se nos ha negado toda la vida, el filón de oro, puede estar a menos de un metro.
Por otro lado, la carpa Koi se considera un símbolo de paciencia, longevidad y abundancia. Por eso dicen que esas carpas se parecen tanto a los dragones, que por su virtud, al final se come al río mismo y a sus demonios.
El poeta Gonzalo Millán apela a imitar ciertos árboles increíbles como el Koi: “Árbol de la esperanza/creciendo al borde/del abismo/ con la mitad/de las raíces al aire/¡Mantente firme!” La exclamación ¡mantente firme! como nunca hoy es imperativa: ¡Resiste, es tu deber! Resiste a pesar de todo, a pesar de tanta dificultad, de tus propias flaquezas e inconsistencias, por favor, mantente de pie! Es el ruego que nosotros le hacemos a los pocos faros escondidos de este mundo: a aquella tejedora mapuche que, a pesar de que nunca ha sido reconocida como “tesoro vivo” de Chile, se niega a olvidar el antiguo diseño de un mito en su modesto telar; a ese carabinero que sale a las cinco de la mañana a cuidar escolares al cruzar la calle y en la tarde pasa a conversar con los ancianos abandonados de un Hogar, a aquel profesor que nunca pierde su conciencia de formador por más que lo insulten unos apoderados deslenguados, lo juzgue mal su empleador porque no ha firmado antes de las seis, sino después porque atendía a unos padres alcoholizados, y además en casa debe lidiar con un hijo rebelde que ha caído en la cárcel por microconsumo.
Ellos mantienen la decencia y la dignidad de este mundo. Por ellos, por estos justos, el Señor de los Destinos aún no destruye totalmente este Sodoma y Gomorra en que esta polis se ha convertido.