Para 2030 la población de Chillán, residente y flotante, llegará a las 300 mil personas, lo que representa un enorme desafío para la capital regional en cuanto a cómo lograr que sus habitantes puedan llegar a vivir en cierto grado de armonía, conciliando aspectos tan fundamentales como el espacio, las relaciones sociales y ambientales, la operación de servicios públicos para toda una región, nuevos negocios y una gestión que debería ser lo más sustentable posible.
Se trata de una dinámica compleja y que debe ser enfrentada con una planificación que se haga cargo de proyectos de adelanto que tienen urgencia, como también de otros que no están signados por la premura, pero que son igual o más relevantes para el futuro de Chillán.
Los primeros tienen que ver con situaciones heredadas de la anterior administración, como la licitación del recambio de luminarias (actualmente en proceso de adjudicación) y el servicio de mantención y desarrollo de las áreas verdes (adjudicado el año pasado); otros son parte de su misión regular, como salud y educación, al igual que la asistencia social y la promoción del empleo, muy relevantes por el prolongado deterioro económico local. Esas tareas están en la categoría de urgentes, y son las que han acaparado la atención del gobierno comunal.
Otro tema son los proyectos de mediano y largo plazo que están llamados a hacer las positivas transformaciones que Chillán reclama. En medio ambiente se requieren propuestas novedosas para enfrentar la contaminación atmosférica, como también en materia de áreas verdes, donde tenemos uno de los más bajos índices de todas las ciudades chilenas. Movilidad, en tanto, es un aspecto donde hay bastante coincidencia entre la ciudadanía y las autoridades, en cuanto a la necesidad de una nueva red vial, algo que excede al municipio de Chillán en cuanto a su financiamiento (corresponde a Vivienda y Urbanismo y Obras Públicas), no obstante el gobierno local juega un rol fundamental en la elaboración de proyectos y eventuales convenios de programación entre las carteras centralizadas y el gobierno regional. Por último, en el área de la economía y negocios es donde hay más trabajo por hacer, pues nos ubicamos por debajo del promedio país de urbes de igual tamaño, como consecuencia de la falta de nuevos emprendimientos, baja productividad y un reducido porcentaje de inversión en innovación y desarrollo.
¿Lo descrito anteriormente se puede hacer con instrumentos de planificación, como el plan regulador comunal y el plan de desarrollo comunal, heredados de la anterior administración?
Eso debe responderlo el actual gobierno local, después de analizar en detalle los informes de cumplimiento de ambos instrumentos de planificación.
Pero sea cual sea la conclusión del examen, lo importante es tener siempre presente que para que cualquier planeamiento estratégico realmente funcione, debe existir convicción política y capacidad para monitorear sus instrumentos y logros. Cuando aquello brilla por su ausencia, las ciudades terminan siendo un monumento a la improvisación. Chillán no ha llegado a ese extremo, pero buena parte de sus problemas se deben precisamente a una sucesión de ejercicios fallidos de planificación durante las últimas dos décadas, y eso no debemos olvidarlo, menos ahora que varios de los responsables de ese abandono quieren volver a dirigir los destinos de la ciudad.