Señor Director:
En mis escritos he repetido una y otra vez la sentencia de Mac-Iver, que hizo suya Pedro Aguirre Cerda: “Gobernar es educar”. Así debería ser. La conducción de la política pública debería incluir un sentido pedagógico que explique y motive a la ciudadanía sobre iniciativas que requieren información y motivación.
Pero aquella sentencia rara vez se aplica, las autoridades prefieren aparecer como generosas dispensadoras de dádivas, hasta conmovidas por el dolor “de los más vulnerables”.
Ayer fue el regalo de la “educación gratuita”; ahora de la “vacuna gratuita”. Educación gratuita para los que no pueden pagar está bien, pero está mal que lo sea para los hijos de las familias adineradas.
Se oculta lo esencial: Que todo bien o servicio que se produce tiene un costo y que, cuando lo genera el Estado, lo paga la población con sus tributos. Me cuentan que un vecino penquista escribió al director de la OMS pidiéndole la gratuidad de la vacuna para toda la humanidad. Confundió a la OMS con el Hogar de Cristo. Esa repartición de la ONU no es productora de vacunas, las que surgen de cuantiosas inversiones que realizan laboratorios privados y que, como es lógico, esperan recuperar inversiones con las correspondientes ganancias.
Son los Estados los que deben comprar el producto y, de acuerdo a sus posibilidades, distribuirlo en la población con o sin cobro. Ante una pandemia como la que se vive, se justifica plenamente que el estado gaste y distribuya sin cobro.
Ciertos sectores exigen al Estado que gaste a fondo perdido como si sus recursos cayeran del cielo. Desde luego que hay sistemas tributarios más solidarios que otros, pero ese es otro punto que debe ser explicado a la población y señalado con claridad como un asunto eminentemente político. Tendremos en Chile vacuna sin cobro, pero no gratuita; en rigor, la pagaremos todos los chilenos. ¿No le parece que este es un punto esencial de la cultura cívica?
Alejandro Witker
Historiador