Señor Director:
Con atención hemos leído la decisión de Irina Karamanos, pareja afectiva del futuro Presidente de la República, de “asumir el rol tradicionalmente llamado Primera Dama, con el compromiso de reformularlo”. Una propuesta atrevida de una feminista joven, cientista política, dirigenta del frente de mujeres del partido de gobierno.
Atrevida, porque apuesta a una transformación desde dentro de una institucionalidad pública, sin cargo de representación popular ni “cargo de confianza” del Presidente, y porque toca un nudo simbólico -arquetípico- arraigado en una tradición patriarcal que ya se había trastocado fuertemente gracias a dos gobiernos de una mujer en la cima del poder.
La idea de la mujer Primera Dama, lado sensible del poder frío que encarna el hombre Presidente, que escucha a las y los necesitados, remite a un imaginario muy complejo. Se trata de ciudadanas y ciudadanos, sujetos de derechos, que deben ser atendidos por el Estado por el solo hecho de pertenecer a la comunidad política, no por la sensibilidad de la pareja del Presidente. Y el programa de gobierno de Gabriel Boric así lo sugiere, haciéndose cargo de la crisis y las reivindicaciones que dieron origen a la revuelta de 2019.
Sin duda, Irina puede impulsar cambios en la Dirección Sociocultural de la Presidencia de la República, continuar con la tarea iniciada ya en 1990 por Leonor Oyarzún, profesionalizar tareas heredadas, transformarlas en acciones coherentes con las políticas públicas o en políticas de Estado. Para ello, podrá apoyarse en tantas mujeres que han tenido y tienen los mismos anhelos de transformación y de cambio del Estado y la sociedad patriarcal, y evitar trampas culturales de la autoridad paternalista.
Teresa Valdés Echenique
Coordinadora del Observatorio de Género y Equidad