Una ciudad, dos mundos

Señor Director:
En un caluroso día de verano, la cárcel de Chillán se erige como un gigante de concreto en medio de un mar de indiferencia. Rodeada por una ciudad que avanza y crece, sus muros parecen absorber el eco de un sistema que no progresa, que no corrige, que no soluciona. Entre esas rejas y pasillos se gesta un enfrentamiento silencioso, donde la vida se define entre quienes están dentro y quienes, aunque libres, ignoran el peso de lo que allí ocurre.
Durante esta semana, en una visita a un interno, la realidad me golpeó con fuerza. Al entrar, el aire se siente denso, no solo por la falta de espacio o la precariedad del lugar, sino por las vidas fragmentadas que habitan en cada celda. Hombres encerrados no solo por sus errores, sino también por un sistema que les cierra las puertas a cualquier posibilidad de redención. Afuera, en la ciudad libre, se habla de reinserción social como un concepto atractivo, pero dentro, es solo una palabra vacía, un sueño que nunca llega.
El personal penitenciario, aunque encargado de mantener el orden, vive en un constante estado de tensión. Su estrés no solo proviene de las largas jornadas y los bajos recursos, sino también del abandono institucional. No hay apoyo real, ni para los internos ni para ellos. Enfrentan problemas que nosotros, como sociedad, preferimos ignorar: la sobrepoblación, las malas condiciones laborales y la falta de programas efectivos. Para muchos, el trabajo en la cárcel se convierte en una batalla diaria que no termina con el fin de su turno.
Y mientras tanto, la clase política discute. A través de los años, ha hablado de mejoras, de proyectos y de promesas. Pero los años pasan y la cárcel sigue allí, desbordada y olvidada. Las soluciones se quedan en el papel mientras la ciudad sigue creciendo, pero su sistema penitenciario se mantiene anclado en el pasado. La urgencia de una nueva cárcel en Chillán no es solo una necesidad logística, sino un llamado a la justicia, a la dignidad de todos los involucrados.
El enfrentamiento entre estos dos mundos –la ciudad libre y la prisión olvidada– es más profundo de lo que parece. No solo divide a quienes están dentro y fuera, sino que refleja la indiferencia de una sociedad que prefiere mirar hacia otro lado. Pero la verdad es innegable: una ciudad que no enfrenta sus problemas, tarde o temprano, terminará siendo prisionera de ellos.
Al reflexionar sobre esta situación, reconozco la labor del personal de gendarmería, quienes, a pesar de las adversidades, desempeñan su función con dedicación y compromiso. Ellos son un eslabón vital en la búsqueda de soluciones para un sistema que necesita urgentemente un cambio. Sin su esfuerzo y sacrificio, el camino hacia la rehabilitación y reinserción social se tornaría aún más oscuro. Es momento de que como sociedad, reconozcamos su labor y trabajemos juntos para construir un futuro más justo y humano.
Rodolfo Gazmuri Sánchez