Señor Director:
El 4 de septiembre se despeja la incertidumbre sobre la Nueva Constitución. Por el momento, los comandos siguen haciendo una febril campaña para ganar el mayor número de adherentes. Así también han surgidos voces del mundo cultural, deportivo y social para apoyar una u otra opción.
De igual manera, los partido políticos han desplegado sus banderas para trabajar por la alternativa que representa mejor su definición ideológica. La derecha jugada por el Rechazo y la Izquierda por el Apruebo.
Pero no en todas las colectividades hay claridad en las definiciones. En la Democracia Cristiana y el Partido Radical, cuyas directivas nacionales se pronunciaron por el Apruebo a través de sendos consejos generales, en la práctica, algunos militantes connotados se han sumado a la campaña del Rechazo.
El centro es un punto geográfico, pero en política no existe. Se es o no se es, de aquí o de allá, y los Partidos antes mencionados gozaron por mucho tiempo de los beneficios de ser bisagra, una supuesta articulación para buscar acuerdos, entregando sus votos en el parlamento al mejor postor, a la mejor negociación.
Dicho lo anterior, la lectura del plebiscito se ha cubierto de simbolismos propios de la política chilena de los últimos 50 años. La Dictadura, el triunfo del NO, la política en la medida de lo posible. Lo cierto y claro es que el plebiscito de salida del 4S marcó una delgada línea roja entre el mundo conservador y el mundo progresista, entre la elite social y el pueblo, entre empresarios y trabajadores, entre capitalistas y dependientes. Provoca prurito, que ex figuras de la centro izquierda, que ocuparon altos cargos en los Gobiernos de la Concertación, hoy sean rostros del Rechazo. No solo es una traición al discurso que enarbolaron por años, sino, además, queda claro quiénes son los responsables de que durante 30 años no se avanzara en los cambios que el país necesitaba para aspirar al desarrollo.
Arthur Badilla Quiroz
