La pandemia por coronavirus y los cambios que ha generado a nivel local, han llevado a que al interior del municipio chillanejo se comience a analizar la necesidad de reformular el Plan de Desarrollo Comunal (Pladeco), que es la carta de navegación de la gestión municipal hasta el año 2024.
Este instrumento, elaborado por la Universidad del Bío Bío fue aprobado en diciembre de 2018 por el Concejo Municipal, con el fin de guiar las acciones del consistorio por los próximos 6 años, planteando 162 iniciativas prioritarias que están contenidas en 12 lineamientos estratégicos.
Sin embargo, muchas propuestas incluidas en el documento no se han podido ejecutar, han sido aplazadas o algunas de ellas corren el riesgo de no ver la luz, y no solo por el coronavirus que ha cambiado muchas prioridades, sino también porque la actual administración sufrió un evidente desgaste después de más de una década, acentuado los dos últimos años por errores de gestión y denuncias de corrupción.
En noviembre pasado, cuando se discutía el Presupuesto 2021, se realizó una revisión de la matriz de proyectos en cada uno de los 12 ejes prioritarios para el sexenio y muchos de ellos aparecen con 0% de avance.
Esto llevó a que el alcalde y algunos ediles plantearan la necesidad de actualizar este instrumento de planificación para la capital regional, con el fin de incorporar las nuevas variables económicas y sociales que han surgido por la pandemia y que están incidiendo en las actividades de la ciudad.
Y no se equivocan. Se necesita reformar el Pladeco, pero esa ya no es tarea de esta administración. Insistir en ello cuando faltan cinco meses para que termine un ciclo de 12 años que tuvo claros y oscuros, pero que lamentablemente concluye en medio de diversos cuestionamientos, sería un gran error.
Chillán necesita un nuevo plan de desarrollo comunal, no hay duda; pero esa es una tarea para el próximo alcalde o alcaldesa, que deberá asumir un liderazgo mucho más proactivo en la gestión de la ciudad como capital regional, tanto en materia de organización política-administrativa, como centro de negocios.
Este fallido ejercicio de planificación del desarrollo de la comuna deja dos importantes lecciones. Una es el rol clave que juegan la convicción y compromiso de las autoridades comunales para cumplir realmente los objetivos estratégicos, y la otra es la necesidad de un seguimiento público y transparente del cumplimiento de metas, un objetivo que fue recurrente a la hora de los discursos, pero que en la práctica tampoco ha marcado ninguna diferencia con planes anteriores.
Deberíamos aprender que planificar el desarrollo de Chillán es una tarea que requiere coordinar acciones en dirección de una visión compartida de mediano y largo plazo; un marco de referencia que nos garantice la coherencia de las políticas públicas locales más allá de los períodos de 4 años de cada gobierno comunal y de la competencia o ineptitud de quienes lo encabecen.