Señor Director:
Llegar a la categoría de adulto mayor, en un país como el nuestro es, sin duda, una verdadera tragedia. Son muchos los que, con pensiones miserables, deben observar cómo pasa la vida sin contar, a veces, ni con una ventana por donde asomarse. La mayoría de ellos sufren el abandono familiar y no tienen a quien recurrir para satisfacer sus necesidades mínimas.
Yo soy, quizá, uno de esos adultos mayores privilegiados que reciben un tercio de un muy buen sueldo, como pensión. Tengo mis necesidades cubiertas y tengo la capacidad física y mental para poder resolver todo lo necesario para vivir medianamente bien.
Sin embargo, jamás creí que en mi ciudad, iba a tener que sufrir la discriminación de la que tanto se habla, sólo por el hecho de ser vieja. Hoy, en mi acostumbrada visita semanal al Jumbo de Avenida O’Higgins, se me prohibió ingresar a causa de mi edad: la Seremi de Salud, doña Marta Bravo, en un acto absolutamente ilegal, dio instrucciones verbales, de no dejar ingresar a ningún adulto con 75 o más años. Ilegal, porque no se basa en una resolución, sino en una orden de palabra, y sin considerar que la Comisaría virtual otorga permiso de salida a todos quienes se encuentren sometidos a cuarentena, en especial para abastecerse de alimentos.
Yo le preguntaría a doña Marta, ¿acaso los adultos que no tienen quién les haga sus compras tienen que morirse de hambre? Me podrán decir que se pueden comprar cosas desde el hogar recurriendo a los delibery, pero eso demanda un costo extra que no todos están en condiciones de asumir.
Por todo esto y por toda otra clase de vejámenes a que se somete a los adultos mayores en este país de jaguares venidos a menos, es mi frase del comienzo de esta carta, Sr. Director: “llegar a la categoría de adulto mayor en un país como el nuestro es, sin duda, una verdadera tragedia”.
Ojalá mi desahogo a través de estas líneas, no termine en el olvido y se publique en su prestigioso diario. Creo que, a pesar de la edad, todavía no se me ha prohibido el derecho a pataleo.
María Rivera C.