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No obstante que transcurridos casi 40 años desde el último pitazo del tren (Rucapequén -Dichato), en 1986, las añoranzas chillanejas se han plasmado en los muros de Facebook, con adjetivos superlativos: bellísimo, inolvidable, sacrificado pero nostálgico. El recuerdo estival de generaciones que lo vivieron entre 1916 y 1986, fue el gozo de convertir a la recóndita Caleta de pescadores en la nada de Dichato, en un efervescente balneario de atracción turística y en residencia de connotados chillanejos, verdaderos “colonizadores de la playa de los chillanejos” por casi un siglo, como bautizara la ilustre periodista coterránea Ruby Weitzel a ese idílico lugar.
La historia demuestra que la llegada del ramal ferroviario de 116 kilómetros fue el hecho de esa transformación paisajista-social. El viaje desde Chillán en días domingo de verano eran una odisea, para disfrutar algunas horas deleitosas en las arenas, y el sol radiante en la colmada playa. Al mismo tiempo que distinguidas familias construían hermosas residencias como los Antini, Tohá, Weitzel, Graf, Cisternas, Bustos, Jara, etc.
También era el “paseo del curso” de las recordadas “Colonias Escolares” que posibilitaban que los niños “vieran por primera vez nuestro azulado mar”. El tendido de la vía y su inauguración en 1916 por el Presidente J-L. Sanfuentes, obedecía a la premonitoria política del Presidente Balmaceda: Cubrir todo el territorio nacional con vías férreas para llevar el progreso a todos los rincones del país.
El pitazo inicial en la hermosa estación chillaneja, antes de 1939, lo daban conductores como Luis Alberto Gutiérrez, “uno de los últimos”, según su viuda Guacolda Álvarez, a las 7.30 A.M., para llegar en minutos a Rucapequén, cabecera del ramal, después de cruzar por Almarza y Rucapequén, ostentaba esa condición desde 1873, pues recibía a los pasajeros de los “trenes sureños”. Seguía a Nebuco, Colliguay, Quinchamalí (las cerezas), Confluencia, Nueva Aldea, Centro de Ñipas, Magdalena, Coelemu, Ranguelmo, Pissis, Menque, cruzando el túnel a la altura de Pingueral, para abrir el escenario del Océano Pacífico en Dichato. Una maravilla.
El viaje era hermoso y animado por familias y su cocaví y el guitarreo de los jóvenes con canciones de Leonardo Favio, Los Iracundos o los Charchaleros. Cruzando el Valle del Itata, puentes y túneles con griterío y guerrilla de albaricoques, más el sempiterno vendedor de “Malta, Bilz y Pilsener”, que vaciaba sus canastos por la voracidad de los pasajeros.
El tren era como reloj para los campesinos aledaños a la vía, dando vida a pueblos y estaciones, famosas por las tortillas al rescoldo con ají en Menque o los pipeños de Coelemu. A las 18.00 horas era abordado por la multitud que esperaba que apareciera por la vía desde Tomé, subiendo hasta por las ventanas, sin importar el cansancio de un día verdaderamente agitado. El regreso con el guitarreo era más tranquilo que el viaje de la mañana.
El desmantelamiento que la Dictadura impuso como anacrónica política, para favorecer a los camioneros, determinó el cese de este ramal definitivamente entre 1986-1990, convirtiendo a las vías en despojos de derrumbes y socavones de terraplenes, salvo algunos tramos empleados por “Puerto Lirquén” y “Celulosa Arauco-Nueva Aldea”. Así se hizo trizas el alma en los valles y viejas estaciones, como escribía nuestra Patricia Orellana, en La Discusión.
Marco Aurelio Reyes Coca, Historiador