El espacio público y el respeto sobre él son quizás los parámetros que mejor definen la esencia de una ciudad. Su importancia trasciende el marco del acatamiento a la ley y las obligaciones de las autoridades de hacerlo respetar, para convertirse en la radiografía de la sociedad que vive en un lugar geográfico específico. Desde esta perspectiva, algunas imágenes que nos arroja Chillán no pueden tenernos muy conformes y así lo demuestra la ciudadanía a través de diferentes instancias y plataformas. En encuestas y redes sociales se aprecia que a las familias de todos los sectores de la ciudad, en temas de calidad de vida, además de la delincuencia, les aquejan las llamadas “incivilidades”, que son situaciones cada vez más comunes, pero que no por ello debemos tolerar.
En materia de seguridad, la capital de Ñuble no escapa al aumento de delitos que se registra a nivel país. De hecho, las estadísticas policiales en Chillán revelan un incremento en los robos por sorpresa y robos a lugares habitados que superan el 200% en comparación a 2019, previo a la pandemia del covid-19.
En cuanto a las “incivilidades” más denunciadas se encuentran el consumo de alcohol y drogas en la calle pública y la presencia de personas en estado de ebriedad en la calle. Esta situación tiene su correlato en la proliferación de clandestinos y en el exceso de patentes de alcohol hoy vigentes en la ciudad, que llegan a 468, cuando no deberían superar las trescientas.
Otras transgresiones identificadas mayoritariamente por los chillanejos y chillanejas, de todos los segmentos socioeconómicos, son la invasión de espacios públicos por personas que levantan carpas en parques y balo los puentes, el depósito de basura en lugares no autorizados y el comercio ambulante, que ha avanzado de tal manera que ya no es posible seguir ignorándolo, ni tampoco enfrentarlo de manera irreflexiva o permisividad total, por el problema social que hay detrás o erradicación vía persecución policial, lo que lejos de ser una solución agrava el síntoma, generando de paso rabia en la opinión pública.
Una cosa es clara, las problemáticas sociales o el desempleo no pueden resolverse saltándose la legalidad o con soluciones de parche, que posteriormente se transforman en definitivas, porque no se atacó el problema de fondo.
Igualemente, es claro que nuestra sociedad ya no tolera como inevitables las distintas expresiones de incivilidad que afectan la vida urbana, por lo cual es indispensable actuar mediante el control y la sanción, dos conductas que tienen su tiempo y su función, ninguna omitible a fin de afrontarlas.
Nunca es tarde para replantearse ciertos problemas y comenzar a tratarlos desde una óptica que le haga justicia a su complejidad, pues la inacción solo sirve para sentar negativos precedentes al convalidar estas “incivilidades” y alentar su repetición.
Es necesario reclamar que se cumpla la ley contra los infractores a las normas que protegen los bienes públicos y privados. Sin confundir firmeza con atropello, pero con la convicción de que los límites son necesarios y de que sin defensa de la propiedad y el espacio ajenos, el caos social será inevitable y la ciudad que tanto apreciamos se irá desmereciendo día tras día.