Transformación silenciosa

La fotografía que nos entregó el Censo 2024 sobre las creencias religiosas en Ñuble revela un proceso de transformación cultural que no pasa inadvertido. La fe, en sus múltiples expresiones, ha moldeado la vida social, política y comunitaria de la región durante siglos. Sin embargo, hoy los números muestran una recomposición que interpela tanto a las instituciones religiosas, como a la sociedad en su conjunto.
En 1992, más de siete de cada diez ñublensinos se declaraban católicos (71,8%), ratificando una hegemonía que parecía indiscutible. Tres décadas después, ese predominio no existe. En 2024 solo un 53,8% se identifica con el catolicismo. Se trata de una caída de 18 puntos porcentuales, reflejo de una crisis de pertenencia que no se explica por un simple abandono de la fe, sino por el desgaste de sus formas institucionales.
El contraste lo ofrece el mundo evangélico y protestante, que si bien no ha protagonizado un crecimiento explosivo, sí ha consolidado su lugar como segunda fuerza religiosa, alcanzando un 23,6% de adhesión. Su arraigo en sectores populares, el énfasis comunitario y el testimonio cotidiano parecen haberles permitido sortear mejor los cuestionamientos que han golpeado a otras iglesias.
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El fenómeno más disruptivo, sin embargo, está en el aumento de quienes se declaran sin religión. En 1992 apenas representaban un 5%. Hoy, casi uno de cada cinco habitantes de Ñuble (19,9%) se reconoce indiferente, agnóstico o ateo.
Los especialistas advierten que estos cambios responden a tendencias más profundas que trascienden lo local. El impacto de la educación, la irrupción de las redes sociales y la expansión de visiones más ligadas a la ciencia han abierto un espacio a posturas laicas que hace treinta años resultaban marginales.
El sociólogo Manuel Baeza, profesor emérito de la Universidad de Concepción, habla de “privatización de la fe”, en referencia a una práctica menos comunitaria, más individualizada. La fe, antes pilar colectivo, se reconfigura hoy en clave personal, utilitaria y, a menudo, fragmentada.
Las iglesias enfrentan, además, el peso de sus propias sombras. En el caso del catolicismo, los abusos sexuales y de conciencia cometidos por miembros del clero -y su encubrimiento- han dañado gravemente la confianza.
Más allá de las explicaciones institucionales, el trasfondo es claro: la sociedad ñublensina ha cambiado. La secularización global, el acceso a la educación, la masificación tecnológica, la desconfianza en instituciones y el avance del individualismo son fuerzas que seguirán moldeando el mapa religioso. La pregunta no es si las iglesias podrán recuperar la centralidad perdida, sino si serán capaces de leer los signos de este tiempo, adaptarse con humildad y abrir un diálogo sincero con nuevas sensibilidades sociales.
La historia de Ñuble muestra que la fe ha sido refugio en momentos de incertidumbre, guía en decisiones colectivas y motor de obras comunitarias. Hoy, cuando la humanidad enfrenta lo que algunos llaman una “policrisis” -cambio climático, conflictos bélicos, debilitamiento de las democracias-, las instituciones religiosas solo podrán mantener relevancia si logran reconstruir su credibilidad, renovar su lenguaje y demostrar con hechos la coherencia entre discurso y práctica.