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Una de las instituciones que realiza una de las intermediaciones más relevantes entre el individuo y la sociedad es la familia. Es el lugar donde se forja la cultura y donde se transmiten la memoria y la herencia cultural de la humanidad. Es en ella donde se aprenden formas de enfrentar y resolver conflictos, el desempeño de roles y responsabilidades entre hombres y mujeres, el ejercicio de la libertad y autonomía personales, el compromiso, la solidaridad y la búsqueda del bien común.
Pero como las instituciones cambian, la familia chillaneja -representada en casi 55 mil hogares- también está cambiando, tanto en la forma de organizarse como en su imagen y en las relaciones que establece entre sus miembros. Emergen los hogares unipersonales y monoparentales, mostrando, además, un fuerte aumento de convivencias en los últimos años y destacando el hecho de la jefatura familiar asumida por mujeres.
Según la última Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), los hogares con jefatura femenina no sólo han aumentado (según la medición multidimensional, los hogares a cargo de una mujer han aumentado de 36,3% en 2015 a 51,2% al 2022), sino que siguen siendo más pobres que aquellos con jefatura masculina (6,9% versus 4,5% respectivamente).
Pero más allá de la inequidad del cuadro descrito en el estudio de 2022 y los cambios acelerados que se han producido en las últimas décadas en el sistema de costumbres y en las relaciones sociales y culturales, la familia sigue siendo reconocida en nuestro país como una institución básica de la sociedad.
Diferentes estudios de opinión pública, realizados recientemente, revelan coincidentemente que para más del 60% de los chilenos y chilenas la familia es el eje sobre el cual debe organizarse necesariamente la vida social.
Por supuesto, la idea de la familia como célula básica de la sociedad remite, en principio, a una imagen teórica o abstracta del núcleo hogareño. Es sabido que entre ese modelo ideal y la experiencia concreta de todos los días existen, a menudo, distancias difíciles de salvar. Pero los modelos abstractos son síntesis culturales necesarias: la humanidad se vale de ellos para asegurar la perpetuación de ciertos valores sociales inherentes a la naturaleza humana, y transmisibles de generación en generación.
La cultura opera siempre mediante visiones idealizadas de la realidad. Por lo demás, las encuestas nos enfrentan con una sociedad que permanece fiel a esos valores, pero que al mismo tiempo se hace eco de los cambios culturales que está viviendo el mundo. Y eso es altamente positivo, pues revela que la adhesión a los principios inmutables de la vida en sociedad no impide la recepción de las lógicas modificaciones que históricamente se van registrando en los hábitos sociales y culturales.
Por todo eso corresponde valorizar especialmente el rol que se atribuye a la familia, que se destaca hoy como un agente difícil de sustituir al momento de encontrar soluciones de fondo a problemas como la delincuencia, las adicciones a las drogas o la violencia.
La contención familiar será siempre un aliado fundamental en el combate contra esos flagelos sociales recurrentes y sombríos.