Tolerancia: virtud necesaria pero secundaria
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En tiempos en los que la discusión política desplaza la racionalidad para dar lugar a conflictos polarizados suelen levantarse voces que llaman a no ser intolerantes. ¿Pero qué implica ese llamado? ¿Hay que dejar de lado las convicciones? Por sobre todo: ¿entendemos todos lo mismo por tolerancia?; ¿hemos de tolerar a las personas, o a sus ideas, o sólo a sus acciones? Acerca del alcance de este tema pude dialogar con el filósofo Manfred Svensson en el canal de YouTube “Nuevos Desafíos-Humanidades y Educación hoy”. El académico de la Universidad de Los Andes ha dedicado bastante tiempo a estudiar la naturaleza y magnitud de la virtud de la tolerancia y en este diálogo compartió interesantes reflexiones, de las que por espacio podemos destacar solo un par.
El primer aspecto que conviene tener presente es que la tolerancia es una virtud que requiere que las personas hayan sido capaces de formar un conjunto de convicciones respecto de las que excepcionalmente, en ciertas circunstancias, actuarán dejándolas temporalmente a un lado. En la práctica, se trata de una conducta racional que reconociendo la existencia objetiva de un mal, lo permite o soporta provisionalmente.
Ahora bien, en la actualidad no siempre se advierte con nítida precisión el límite entre la tolerancia, el respeto, la paciencia, o incluso con la flexibilidad. De hecho, no es infrecuente que en diversos aspectos de la vida social algunos de estos conceptos se planteen, equivocadamente, como idénticos para definir una situación concreta. Aquí es donde parece oportuno descartar la idea de la tolerancia como virtud primaria, porque en realidad es dependiente de otras.
Cabe precisar que el hecho de que sea secundaria no quiere decir que no sea importante, sino que pone el acento en que su existencia depende de virtudes primarias tales como la amistad cívica o el respeto. Además, en la vida concreta hay atributos que van de la mano. Por ejemplo, se puede decir que una sociedad tolerante es también justa o misericordiosa o compasiva o comprensiva, etc. Lo clave en este punto es que la tolerancia,.siendo necesaria para lograr una sociedad saludable, no puede subsistir sola y mal haríamos en hablar de ella como si fuera un cierto principio moral absoluto
Otro asunto del diálogo que podemos poner en perspectiva en esta tribuna, es que si pensamos la tolerancia como una virtud, entonces debemos saber cuáles son sus extremos (vicios).
Uno de esos extremos, que resulta un vicio por carencia es bien conocido: la intolerancia. Como es sabido, ésta fácilmente conduce al fanatismo o bien levanta personalidades intransigentes. El otro extremo, por exceso, es el permisivismo. En este caso, la conducta habitual guía a una forma de ser condescendiente o a una personalidad indebidamente complaciente.
De esta forma, a lo mejor sea en los extremos en donde más se pueda advertir el carácter necesario pero secundario de esta virtud, ya que la simultánea falta de convicciones y de virtudes primarias parecen ser una causa medular en el desarrollo de actos y actitudes intolerantes o permisivas.