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Tito Davison y la herencia viva del cine chillanejo a 113 años de su natalicio

El pasado 14 de noviembre se cumplieron 113 años del nacimiento de Tito Davison, el cineasta chillanejo que se convirtió en uno de los nombres fundamentales del cine latinoamericano del siglo XX. Su trayectoria, marcada por más de 130 películas y una vida dedicada por completo al séptimo arte, no solo lo instaló entre los directores más influyentes de su época, sino que abrió una huella que hoy siguen recorriendo los nuevos talentos que han surgido desde Chillán hacia el mundo.

Davison nació en 1912, en un Chillán efervescente en términos culturales. Su tío, el cineasta Carlos Borcosque, lo introdujo en los rodajes del naciente cine mudo chileno, donde el joven Tito aprendió de manera intuitiva la disciplina técnica, la narración visual y el funcionamiento de una producción cinematográfica. Participó en filmes como Hombres de esta tierra (1923), Martín Rivas (1925) y El Huérfano (1926), experiencia que marcaría su vida para siempre.

A los 15 años, emigró a Estados Unidos junto a su familia. Allí conoció desde dentro la maquinaria de Hollywood y comenzó a desempeñar pequeños roles, absorbiendo lo que luego sería su sello como director. Con el tiempo, su carrera se consolidó en México, donde formó parte esencial del cine de oro mexicano, trabajando con figuras como María Félix, Pedro Armendáriz, Silvia Pinal y Marga López. Sus películas, diversas en género y temática, dominaron las carteleras durante décadas y siguen siendo estudiadas hoy en cinematecas y universidades.

En 1953, la Municipalidad de Chillán lo declaró Hijo Ilustre, un gesto que reconoció tempranamente el valor de su aporte a las artes y su condición de pionero: el niño chillanejo que pasó del cine mudo al cine industrial latinoamericano sin perder nunca la sensibilidad narrativa que lo caracterizó.

Una semilla que sigue germinando

La influencia de Davison trasciende su filmografía. Representa una idea que la historia cultural de Chillán ha visto repetirse: desde esta ciudad, muchas veces lejos de los circuitos centrales, han surgido talentos capaces de cruzar fronteras y dialogar con el mundo.

Hoy, más de un siglo después de su nacimiento, nuevas generaciones de cineastas chillanejos están siguiendo (a su manera, desde sus lenguajes y temporalidades) ese mismo impulso creativo que llevó a Davison desde un rodaje silencioso en 1923 hasta los estudios mexicanos.

Entre ellos destacan nombres como Lejandro Fernández, Patricio Valladares, director y guionista que ha construido una carrera internacional en el cine de género, con producciones exhibidas en Europa, Estados Unidos y Asia; y Tomás Alzamora, realizador de La Mentirita Blanca, película premiada y seleccionada en múltiples festivales internacionales. Ambos encarnan esa capacidad de imaginar desde Ñuble hacia el mundo, dialogando con estéticas globales sin perder el arraigo local.

La aparición de estos creadores muestra que la tradición cinematográfica chillaneja no es un capítulo aislado del pasado, sino un proceso vivo que continúa expandiéndose. Y aunque separan décadas y condiciones de producción muy distintas, Davison, Valladares y Alzamora comparten un punto esencial: la convicción de que desde regiones también es posible construir cine de calidad, con proyección internacional y una voz propia. Recordar a Tito Davison no es solo una efeméride: es recuperar el origen de una historia cinematográfica que, aunque dispersa, tiene continuidad.

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