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Sordo ante la ciencia

AFP

Los aportes de la comunidad científica y académica, lo mismo que de los gremios de la salud, son fundamentales en un momento de la pandemia tan apremiante como el que vivimos, pese a que su relación con la política es bastante compleja, sobre todo cuando esta última es incapaz de comprender que el conocimiento es la materia prima, la esencia de la tarea, y a la política solo le cabe obedecer.

Brasil es un caso emblemático de desprecio por la ciencia y las recomendaciones de los médicos y profesionales de la salud. México también y lo mismo Estados Unidos con Trump. En Chile no hemos llegado a esos extremos, pero es indiscutible que la comunicación permanente entre la ciencia y la política pública no ha sido buena en los últimos 14 meses, y a principios de esta semana llegó a un punto crítico, al retirarse el Colegio Médico de la Mesa Social Covid-19 por “decisiones imprudentes del Gobierno durante la pandemia, las cuales han devenido en un nuevo descontrol de la transmisión viral, impactando en vidas y secuelas de miles de personas”.

En su declaración pública, el gremio recordó iniciativas inconsultas o donde su opinión no fue considerada y que devinieron en mayores contagios y debilitamiento de la red hospitalaria, como el reciente “pase de movilidad”, además de los permiso de vacaciones sin condiciones adecuadas, la apertura de fronteras en contexto de aparición de nuevas variantes y la autorización del funcionamiento de casinos, malls y restaurantes en fases de alto riesgo.

La salida del principal referente gremial en esta crisis sanitaria es grave y no responde a una politización de su rol, ni a un afán de protagonismo de sus dirigentes, como lo han querido mostrar algunos sectores afines al Gobierno. La señal de protesta que significa esta bajada es compartida por profesionales de todo el país, y basada en el sinsentido de participar en una instancia que tiene poca o ninguna incidencia en decisiones de carácter sanitario que afectan a todo el país.

Convengamos que la política no es, ni debe ser, exclusivamente una cuestión de datos y toma racional de decisiones. Además que los datos tienen muchas veces un cierto grado de incertidumbre, en política los sentimientos y las emociones también son determinantes. Los datos, los hechos y la razón no tienen por qué ser los únicos participantes en la toma de decisiones políticas, pero si se prescinde de ellos estas decisiones estarán equivocadas con seguridad.

La política pública puede y debe superar los datos pero a partir de ellos, no prescindiendo de ellos. La realidad se puede cambiar, pero desde su conocimiento. Cuando el Gobierno menosprecia el papel de la ciencia o el rol del Colegio Médico está contribuyendo a destruir una herramienta indispensable para conocer la realidad y resolver los problemas.

No se trata pues, que la ciencia sustituya a la política pública ni de lo contrario.

Cómo estar seguros, entonces, que las decisiones de los políticos son las apropiadas, con la adecuada ponderación de la ciencia y el conocimiento, es probablemente la pregunta más relevante que nos plantea esta pandemia. La respuesta, de un profundo sentido común, podemos hallarla en Platón, hace 2.400 años: “Dejémonos guiar por los que saben”.

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