La envidia mueve al mundo. Más que una frase cliché es lo que revela la vida en sociedad del ser humano. En efecto, mostrar con orgullo lo que se tiene y resaltar las carencias de los demás ha sido uno de sus comportamientos más recurrentes. Cuando cae el muro de Berlín, por ejemplo, el mayor impacto en el sector occidental fue corroborar el atraso y las carencias de la zona oriental. A partir de ese momento, las sociedades se concentraron en medir el desarrollo a través de métricas sobre la abundancia. En esta lógica, se busca evidenciar los muchos bienes que tienen las sociedades más desarrolladas versus los pocos bienes que tienen las más atrasadas.
La competencia por ser el mejor, la envidia a quienes lo están logrando, las imperfecciones del mercado y la interdependencia de las decisiones individuales han contribuido a la exclusión de una buena parte de la población de los frutos del crecimiento económico. A pesar de los infructuosos intentos por cambiar dicha realidad, siguen siendo demasiadas las personas que quedan marginados de los beneficios que han contribuido a generar. Una parte importante de la sociedad puede mirar, pero no tocar, la riqueza que se acumula. Este fenómeno contribuye a que la energía social se acopie en forma de rabia y frustración. Los crecientes conflictos sociales a escala global dan cuenta de ello.
En este ambiente, la pandemia vino a poner una pausa. Por primera vez, después de muchos años, la sociedad ha fijado su atención en el alma social. A diferencia de la capacidad de acumulación de riqueza, el Covid-19 no hace la diferencia en el colectivo de las personas. Es un enemigo común que afecta transversalmente a la sociedad. Preocuparse de la salud del otro, manifestación propia del alma social, dejó de ser una opción y se constituyó en una necesidad. Como una medida de responsabilidad social sin parangón, la comunidad organizada promueve la residencia sanitaria para la población en riesgo más vulnerable. El confort que acompaña a los residentes es de un nivel de comodidad infinitamente superior al ambiente en que viven muchas de las personas beneficiadas. Las empresas han aprendido de la importancia de tener una fuerza laboral productiva y protegida. Las manifestaciones de solidaridad social se han transformado en una fuerza que moviliza la cooperación ciudadana. En este sentido, es loable los esfuerzos de la institucionalidad y de personas de buena voluntad que hacen posible las ollas comunes, las cajas de alimentos, los bonos de emergencia, el seguro de desempleo, los subsidios al empleo, etc. Sorprende gratamente observar la predisposición de la sociedad en trabajar unidos para buscar soluciones al difícil trance que experimentan decenas de miles de hogares en el país.
¿Significa que el alma social se ha instalado nuevamente en nuestro quehacer social?
Es difícil anticiparlo. Empero, siendo la envidia un pecado capital inherente a la condición humana, es muy probable que la vacuna definitiva no solo libere a la humanidad del virus, sino también va a contribuir a desterrar una vez más el alma social. Esto significa que, para una sociedad que suele repetir una y otra vez sus errores, es plenamente factible la resurrección de los aspectos más tristes y repulsivos de su historia. Ojalá que, tomando conciencia de dicho peligro, sea posible evitar que ello ocurra.